Columna de Mario Waissbluth: Los efectos negativos del Simce

Simce


El Simce, en su definición simple, es un mero termómetro, que mide algunos aprendizajes contenidos en el currículo. En principio, ningún paciente podría quejarse de que le midan esa temperatura. Sin embargo, este termómetro conlleva varios efectos perversos.

a) Se le informa a la escuela que después de cuatro años de bajos resultados la podrían cerrar, con la consecuente desesperación de la comunidad escolar completa; cometiéndose el error de creer que una escuela es intrínsecamente mala, cuando los “malos” serían, en todo caso, sus directivos. b) Sus resultados se asocian a los bonos de los profesores vía el incentivo SNED... la tradicional teoría de garrotes y zanahorias. c) Su publicidad se convierte en herramienta mercantil de competencia entre escuelas, para llevarse a los alumnos y así aumentar su masa de subvenciones per cápita. Los carteles en los frontis escolares en la época de matrícula así lo demuestran, y la crucial colaboración entre escuelas cercanas se desincentiva. d) Se incentiva a la escuela a concentrarse excesivamente en las materias del Simce, descuidando no solo otros temas curriculares, sino que las vitales habilidades del siglo XXI, entre ellas la capacidad de expresión verbal y escrita, y la creatividad. No es entonces de extrañar que la vasta mayoría de los egresados de media no sean capaces de redactar media página coherente, estando además su cuasi simiesco vocabulario verbal limitado a algunas expresiones poco coherentes, tales como “puhh”, “ohh” y “wón(a)”. e) Se incentivan conductas poco éticas como, por ejemplo, dejar a los peores alumnos en sus casas el día de la prueba.

En suma, su uso no-académico convierte al Simce en un termómetro muy perverso, con efectos educativos que a la larga han sido más negativos que positivos. Los años en que “toca Simce” convierten a las aulas en una suerte de jaula de ardillas para calentar las pruebas, impulsada por el temor y no por el sano deseo de aprendizaje. Por lo demás, los resultados de Chile en las pruebas PISA y TIMMS han estado prácticamente estancados del 2006 en adelante, y las pruebas OCDE de alfabetización de adultos sistemáticamente muestran más de un 50% de analfabetismo funcional, sin tendencias de mejora en los menores de 25 años.

La literatura internacional (Ravitch, 2011) ya ha descrito este fenómeno, el del “Simce con consecuencias”. Nadie debiera tener problema con un “Simce sin consecuencias”, esto es, como una útil herramienta para que los directivos y profesores de cada escuela puedan mejorar aspectos curriculares defectuosos. Para ello, es imperativo... “eliminar las consecuencias”, adoptando tres medidas: a) eliminar el riesgo de cierre de escuelas asociado al Simce, y transformarlo en causal de cambio de directivos; b) desvincular los bonos SNED del Simce; y c) eliminar la publicidad y difusión del Simce, salvo que los directivos de la escuela decidan informar los resultados a los apoderados.

Sería la manera de recuperar los efectos benéficos del termómetro y, en una de esas, mejorar el patético vocabulario de los escolares.

Por Mario Waissbluth, fundador y expresidente de Educación 2020