Columna de Marisol García: Abba, Adele y Get Back: mejor esperar que aplaudir
The Beatles: Get Back confirmó esta semana ser el documental musical más importante del año no por lo que muestra sino por cómo lo esperamos. Suficientes datos tenemos ya sobre la reunión de Abba y el nuevo álbum de Adele, por ejemplo, pero no son sus incontestables cifras lo único que en estas semanas los ha vuelto acontecimientos discográficos: consiguen la banda y la cantante, una ansiedad en torno a sus pasos que de inmediato se ubica en otro espacio de evaluación.
Es convención antes de todo concierto; margen ineludible al inicio de cada disco: segundos de silencio que anteceden la música y marcan con claridad su largada. Es el silencio de la expectativa, un espacio breve y en apariencia irrelevante, pero sin el cual la experiencia de la escucha sería otra, acaso más banal. Como todo placer, el de la música es más satisfactorio si llega luego de una breve ansiedad, justo al fin de la duda. Los grandes festivales se anuncian con antelación holgada, y luego es tan larga la espera y tan corto el sonido. En otra época, la caminata a casa con un disco nuevo en las manos preparaba el ánimo a un play de enorme relevancia privada, inentendible para quienes se han acostumbrado al streaming.
The Beatles: Get Back confirmó esta semana ser el documental musical más importante del año no por lo que muestra sino por cómo lo esperamos. “Un acontecimiento” lo ha llamado El País. Es “el registro de los Beatles más emotivo jamás”, para Rolling Stone. Las ocho horas dirigidas por Peter Jackson ganan el Oscar a la Expectativa. Entiende uno incluso la ansiedad del propio cineasta trabajando a solas en su casa: “No podía creer lo que estaba viendo…”.
Sobredimensionamos los gestos visibles y audibles de aprobación a la música -las cifras de venta, los ránkings, los gestos de descontrol-, cuando hay tanto que puede llegar a conmoverse en terrenos ajenos a la medida contable. “He llegado a la conclusión, con la máxima seriedad, de que la medida más eficaz que podría adoptarse en nuestra cultura hoy día sería la eliminación gradual, pero completa, de la respuesta de la audiencia”, escribió hace años Glenn Gould. ¿Aplausos de pie? ¿Gritos de entusiasmo? “Expulsiones momentáneas de adrenalina”, según el pianista canadiense, que nada tienen que ver con “la combustión interna que el arte enciende en los corazones” gradual y serenamente. Recomendamos la lectura de su gracioso Plan Gould para la abolición del aplauso y manifestaciones de todo tipo, a favor de su utopía personal por una audiencia “que sea vista pero no oída”.
Suficientes datos tenemos ya sobre la reunión de Abba y el nuevo álbum de Adele, por ejemplo, pero no son sus incontestables cifras lo único que en estas semanas los ha vuelto acontecimientos discográficos: consiguen la banda y la cantante, los suecos y la británica, una ansiedad en torno a sus pasos que de inmediato se ubica en otro espacio de evaluación.
No son gran cosa sus discos, convengamos: megaproducciones impecables de avance predecible y emocionalidad impostada; dependientes del pasado unos por historia, la otra por referencia estética. Pero hay que concederles el punto de la expectativa entre sus seguidores, esa presea inmaterial que nunca ha llegado al pecho de los nombres cargados de Grammy ni al ego de los mimados de la crítica. En general nunca es grato cargar con ansiedad, pero ante la música esa sensación indomable, esa inquietud a fuego lento, es la prueba noble de una comunicación imbatible.
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