Columna de Marisol García: Daft Punk, después del casco
Podemos nombrar con facilidad a nuestros cantantes favoritos, pero no es sólo estar de pie frente a un micrófono lo que le da identidad a un músico. En 1945, un cuarenta por ciento de las canciones en el número uno del Billboard no tenían letra, y es revelador observar la caída en el gráfico hasta hoy. En una dinámica de promoción que insiste en amplificarnos rostros como única seña de presencia en la música, el francés Thomas Bangalter ha conseguido descolocar la lógica.
Cuando, hace unos meses, el padre de uno de los integrantes de Daft Punk saltó como de la nada a la prensa musical europea, calzaron de pronto muchas cosas sobre ese famoso dúo, y el porqué de sus referencias. Daniel Vangarde es un músico y productor francés que a inicios de los años 70 ganó un seguimiento de culto por grabaciones -hace poco recopiladas en una antología que explica la súbita atención sobre su historia- asociadas a la moda disco; el cruce de funk, pop y exotismo; y encendidas defensas gremiales que terminaron por ponerlo al margen de la industria y negarle la fama. Un impertinente de talento y oído desprejuiciado, que como tal crió a Thomas Bangalter y observó a lo lejos (vive desde hace más de veinte años en Brasil) su ascenso como irresistible seductor de discotecas y atípico ídolo bajo un casco.
Si tu padre es un nómade que viaja a recoger ritmos de lejanas islas africanas y pierde contratos por no ceder a pautas comerciales, es probable que no sólo tu idea del trabajo musical sea poco convencional, sino que además asumas a la creación pop como lo que debe ser: una aventura.
Son datos biográficos relevantes ahora que Thomas Bangalter (48) se defiende como compositor solista junto a un disco tan alejado del sonido de Daft Punk -el dúo anuncio su final hace poco más de dos años- como recomendable en su deriva sinfónica.
En Mythologies no hay máquinas ni sampleos, cables ni voces: el baile que lo inspira es una obra de ballet homónima del coreógrafo francés Angelin Preljocaj (estrenada hace un semestre en Burdeos) que trabaja antiguos mitos de vigencia en nuestra cultura. Bangalter se vio por primera vez exigido a componer sin un teclado ni un mouse en las manos. No era su idea convertir el resultado en un disco, hasta que los buenos comentarios a la música de la obra motivaron la publicación de una grabación en estudio, este mes. Y, sí, la promoción ha incluido fotos a cara descubierta.
“Mis prioridades en 2023 están del lado de los humanos, no de las máquinas. Hoy no tengo ninguna intención de ser un robot”, ha sido una de sus frases en entrevistas, y que en su caso se entiende como una renuncia más que un delirio seudofuturista. El robotismo ya fue.
Puedes quitarle al hombre las máquinas, pero no las lecciones de las máquinas al hombre; y la máxima se vuelve candente cuando atestiguamos insospechadas derivas de la IA en la música. Al fin, en Mythologies la orquesta se escucha exigida en giros inusuales para la música de tradición escrita. Repeticiones, quiebres, irrupciones de timbres que acaso fuerzan un guiño emocional; opciones similares a las que, con otras herramientas, contribuyeron a que Daft Punk confirmara en cada disco la falacia de que programaciones y autoría sean excluyentes.
Podemos nombrar con facilidad a nuestros cantantes favoritos, pero no es sólo estar de pie frente a un micrófono lo que le da identidad a un músico. En 1945, un cuarenta por ciento de las canciones en el número uno del Billboard no tenían letra, y es revelador observar la caída en el gráfico hasta hoy. En una dinámica de promoción que insiste en amplificarnos rostros como única seña de presencia en la música, el francés Thomas Bangalter ha conseguido descolocar la lógica escondiendo primero su cara, y luego sus pistas de fama.