Columna de Marisol García: ¿Que vuelvan los conciertos?

Foo Fighters Nueva York
Foto: Agencias.

En nuestro país, es imposible sentir nostalgia por conciertos de accesos inadecuados, seguridad feble, información insuficiente y odiosas canchas VIP. La pandemia interrumpió un motor poderoso que ansiamos ver rodar otra vez, pero en engranajes más inclusivos, para músicos, técnicos, empresarios y audiencias.



La prensa musical detuvo esta semana la respiración con lo de Foo Fighters frente a 18 mil personas (vacunadas) en el Madison Square Garden, el primer concierto allí en quince meses. Disculparán el descreimiento: es el tipo de euforia que deja gusto a poco. El más poderoso símbolo de recuperación rockera en lo que va de pandemia podría haber sido la ocasión para una propuesta y no tan sólo una recuperación de lo perdido. ¿En serio lo más sorprendente de la noche fue un cover de Creep? En la misma ciudad, en un recinto más pequeño, leemos que David Byrne ha estado montando en colaboración con otros artistas “fiestas con distancia social”, en las que el músico ejerce de DJ, maestro de ceremonias y parcial conceptualizador: una pista de baile bajo guión, mezcla de juerga, concierto y espectáculo escénico. No es lo mismo que volver a escucharlo junto a su banda, pero por qué tendría que serlo.

Retomar cuanto antes la música en vivo es un imperativo económico y laboral de toda urgencia. Además, existen ritmos y códigos de socialización sencillamente irrefrenables. Los archivos sobre la mal llamada “gripe española”, hace un siglo, reportan que la cancelación de conciertos y cierres de salones de música y teatros de ópera que impuso esa pandemia no aguantó más de un semestre. La Orquesta Sinfónica de Chicago retomó en noviembre de 1918 su temporada con amenazas de multa «a quien tosa o estornude sin suavizar la explosión sobre un pañuelo».

Pero la forzosa pausa de silencio en la que nos mantenemos no impide pensar el dramático paisaje de escenarios vacíos como un desafío creativo, técnico y de modelo de negocios. ¿Se volverá cuando se vuelva a lo que el panorama de festivales y conciertos ya tenía para ofrecernos, con sus bendiciones y sus taras, o es precisamente ahora que al fin podemos redibujar ese mapa hasta lo insospechado? Si tanto se habla de la música en vivo como una experiencia, pues ni ésta ni sus condiciones tienen por qué ser estáticas.

Anti-vaccine protesters gather outside Madison Square Garden ahead of a show of Foo Fighters, which required proof of vaccination to enter, in New York City
Foto: Reuters

Otros actores, nuevos criterios. Pequeñas productoras pueden ver la reapertura como una oportunidad de al fin acceder a un juego que haga espacio a propuestas a escala, una alternativa a la costosa parafernalia de giras globales con limones gigantes y efectismos sobre el escenario. Incluso antes de la era de la mascarilla, tomaba fuerza el movimiento “Music Declares Emergency”, con promotores como Billie Eilish y Brian Eno dispuestos a acelerar los cambios necesarios para reducir el costo medioambiental de su quehacer, al que giras y megaconciertos aportan con insostenibles cantidades de desechos y gases de efecto invernadero (esta semana ha comenzado a circular en Chile el llamado local de la campaña). Su lema es una advertencia: “No hay música en un planeta muerto”.

Que en España hoy se celebre la reincorporación al verano europeo de varios festivales “en condiciones cercanas a la normalidad prepandémica”, alienta, por eso, cierto conformismo. No hay nada aún que en verdad reformule la dinámica de citas cuyo disfrute venía siendo dificultado por su sobreoferta, frecuentes contradicciones entre identidad y auspicios, y una vitrina imposible para música en los márgenes. En nuestro país, es imposible sentir nostalgia por conciertos de accesos inadecuados, seguridad feble, información insuficiente y odiosas canchas VIP. La pandemia interrumpió un motor poderoso que ansiamos ver rodar otra vez, pero en engranajes más inclusivos, para músicos, técnicos, empresarios y audiencias; y acaso con la conciencia gubernamental de la responsabilidad ante sus evidentes externalidades positivas. Como ante la nueva edición de un libro clásico, nos ilusiona reencontrarnos con una oferta de música en vivo “corregida y aumentada”.

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