Columna de Marisol García | Sinead O’Connor: Te canto, trauma
De seguro habrá varias otras revelaciones en la autobiografía que Sinéad O’Connor llevará a tiendas este martes. Los adelantos hechos circular para Rememberings tienen toda la esperable franqueza en una estrella de la música cuya trayectoria ha sido, entre otras cosas, un incómodo despliegue de boicot (y autoboicot) a las condiciones que impone la fama.
No era el recorte de una foto cualquiera de Juan Pablo II la que Sinéad O’Connor llevó el 3 de octubre de 1992 hasta el set del programa Saturday Night Live, en Nueva York. Justo el día de su muerte, la cantante había tomado la imagen del muro del dormitorio que ocupaba su madre, la mujer que la crió y la golpeó desde la infancia. Por nueve años esperó qué hacer con ella. Su gesto inolvidable frente a las cámaras —cuando desde El Vaticano hasta Madonna te llaman al orden es que has logrado algo interesante— tenía por lo tanto no sólo la urgencia de la denuncia sino, ahora venimos a saberlo, también la liberación del más íntimo trauma personal.
De seguro habrá varias otras revelaciones en la autobiografía que O’Connor llevará a tiendas este martes. Los adelantos hechos circular para Rememberings tienen toda la esperable franqueza en una estrella de la música cuya trayectoria ha sido, entre otras cosas, un incómodo despliegue de boicot (y autoboicot) a las condiciones que impone la fama. Pero la falta de cálculo de una autora voluntariamente ajena a las dinámicas del prestigio por supuesto no equivale a que sus socios carezcan de estrategia; faltaría más. Penguin Books no disimula tener al libro como prioridad de ventas, incluyendo la oferta en su web de un ticket que permitirá el vistazo a distancia de la transmisión del lanzamiento (previo pago de 16 dólares).
Qué ingenuo sería sorprenderse. Talento más fragilidad psíquica han sido un tándem vistoso en la música popular desde que ésta comenzó a ser grabada; y lucrativamente amplificado en los casos en que la voz inquieta es la de una mujer. La identidad artística de muchas de las mayores cantautoras e intérpretes del siglo XX persiste hasta nuestros días junto a la dimensión de su pena: discriminada, Billie Holiday; abandonada, Édith Piaf; solitaria, Janis Joplin; incomprendida, Elis Regina; temida, Nico; golpeada, Whitney Houston, … y ayayay con Amy Winehouse: una infelicidad evidente rodeaba las grabaciones de todas ellas, incluso antes de que su muerte temprana confirmase que sí había de qué preocuparse.
¿Y acaso no es precisamente esa caminata por el borde lo que nos hace admirarlas? El cruel mercado es además insidioso cuando vislumbra la cantera de una fama dispuesta a exponer sus tormentos. Ordenada en arquetipos, la pasarela del pop siempre necesitará de quien saque a desfilar su vulnerabilidad, idealmente con cierta distinción sintonizada a su época (aplauden a un lado las disqueras; del otro, los productores de documentales; al frente, los medios). Tan tranquila parece —al fin— Sinéad O’Connor en la extensa entrevista que hace unos días le dio al New York Times, tan satisfecha desde su escondite en un pequeño pueblo de montaña irlandés —donde, asegura, a los pocos lugareños los tiene sin cuidado que ella sea la de Nothing compares 2 U—, que concluye uno que quizás el único modo de domar al monstruo sea conociéndolo hasta el fondo. Vendrá luego el momento de alejarse a solas de sus bramidos, allá donde nadie pague por escuchar alarmas de emergencia.
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