Columna de Marisol García: Talento en letra chica
Subsisten hoy músicos y productores que comprenden que el cuidado de la tradición requiere de una gestión profesional y acceso a recursos técnicos muchas veces ajenos a los beneficiarios. Algunos, muy famosos, dejan en sus propios sellos espacio para marcas sonoras cuya indiferencia a ránkings y cálculos de venta sería imposible en sus propios discos.
Junta dos nombres célebres en la portada y tendrás un disco con vocación de clásico: Getz/Gilberto (1964), Ella and Louis (1956), Serrat & Sabina: Dos pájaros de un tiro (2007), Eno-Byrne: My life in the bush of ghosts (1981). Por el contrario, los créditos interiores se olvidan rápido, incluso cuando la tipografía pequeña prueba colaboraciones tanto o más significativas. Decenas de famosos músicos han optado en algún momento por el trabajo discreto de la producción de creaciones ajenas, en lo técnico o en lo ejecutivo. O a veces en lo práctico: su prestigio y experiencia se ponen al servicio de que un buen disco tan sólo exista. No hay palabra ni crédito para tan noble tarea, y sin embargo explican cientos de grabaciones históricas.
Llamémoslos ‘facilitadores’. Acompañan la música desde el impulso altruista de las grabaciones de campo en cilindros para fonógrafo. “El folk es un mapa del canto”, reveló Alan Lomax, bendito nómade. Existía para él una asociación entre registro y viaje: a la mejor música debía salírsela a buscar. Tal como el oro, justificaba una vida sin asentamiento.
Subsisten hoy músicos y productores que comprenden que el cuidado de la tradición requiere de una gestión profesional y acceso a recursos técnicos muchas veces ajenos a los beneficiarios. Algunos, muy famosos, dejan en sus propios sellos espacio para marcas sonoras cuya indiferencia a ránkings y cálculos de venta sería imposible en sus propios discos. Jack White va tras la raíz sureña suburbana en Third Man Records, por ejemplo; Damon Albarn, tras el pulso africano en su disquera Honest Jon’s. En Colombia, la iniciativa Visitante Sonoro ha repartido por áreas de campo o selva dispositivos de tecnología binaural con que los propios lugareños pueden captar sus cantos, instrumentos y ritos tradicionales para una posterior difusión online. El trabajo de registro adquiere así algo parecido a la corresponsalía desde un frente de interés.
“Cuándo me iba a imaginar yo que, al salir a recopilar mi primera canción un día del año 53 a la Comuna de Barrancas, iba a aprender que Chile es el mejor libro de folklore que se haya escrito”, testimonia Violeta Parra en su disco sobre la cueca (1959) descubierta por ella entre Santiago y Concepción en movimiento incesante (y sin Fondart).
Aunque apenas documentada, la historia de la música chilena es también la de quienes han tenido un impulso comparable en el cuidado del registro, la valoración del encuentro, la generosidad del trabajo con foco en otro/as. Peñas, sellos autogestionados, documentales, revistas y festivales muestran un ida y vuelta entre solistas y bandas que decidieron prescindir de intermediarios mucho antes de la digitalización de casi todo. En los 90, eran Fiskales Ad-hok, Los Tres y Pánico los que desde formalidades muy diferentes sostenían la cuerda que hoy nos permiten consultar con fidelidad propuestas de punk, cueca e indie chilenos, y de cuyas lecciones iban a aprender luego los músicos tras sellos como Quemasucabeza, Algo Records y Potoco Discos. En menos de dos semanas larga la celebración de veinticinco años ininterrumpidos de Yein Fonda, que además de fiesta es tradición de música y reubicación de piezas populares.
Entre las persistencias esquivas al radar de los medios, asombra hoy la de Macha Asenjo. En tres años, su producción ejecutiva para su etiqueta Perros Con Tiña ha ido dejando referencia de música que asumía los escenarios pequeños y las salas de ensayo como su espacio natural. El único LP de El Bloque Depresivo (100% Lúcidos, 2018) y los álbumes más reciente de LaFloripondio (Paria!, en reedición 2020) y Chico Trujillo (Mambo mundial, 2019) son añadidos esperables, con él en el micrófono. Pero Macha también sale a buscar: a Los Crack del Puerto a los bares de Valparaíso; a Son Rompe Pera y su “marimbadélica”, a México; al porteño Álvaro Peña a un pequeño departamento de Constanza (Alemania). Al desierto nortino que Claudio Pájaro Araya trae a su exploración instrumental en Santiago. A Lalo Meneses a las calles de Renca. Solitaristas fue uno de los mejores discos chilenos de 2019: ocho virtuosos chilenos sobre la guitarra con más respeto por las cuerdas que por su autoalabanza. Es un espíritu sintonizado: el de grandes talentos en créditos discretos.
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