Columna de Mauricio Morales: Gangrena constitucional, ¿qué aprendimos tras cuatro años de proceso constitucional?

proceso constitucional


El fracaso es total. La elite no fue capaz de consensuar una nueva Constitución luego de dos intentos. Independiente de qué opción gane en diciembre, la herida quedará abierta, y el ánimo por abrir un tercer proceso constitucional seguirá latente. Hay algunos aprendizajes, y también claros responsables.

Partamos por algo básico. Chile nunca tuvo un problema constitucional, sino que un déficit de representación, dos cosas muy distintas. Con las actuales reglas del juego, Chile ostentó los mejores indicadores económicos de su historia, siendo además líder en América Latina. Esto, por cierto, no responde a una mirada obsecuente. Hay un enorme desafío vinculado a reducir las brechas de ingreso y, por lo mismo, se requiere de reformas que vayan en esa dirección.

Sin embargo, en el marco del estallido social, la elite política -apoyada en una intelectualidad que vive más del discurso que de la evidencia- apuntó a la Constitución como la causa de todos los males. Esto le sirvió a esa elite para esquivar su responsabilidad en la crisis. ¿Por qué? Simple. La ciudadanía estaba rabiosa con los representantes, muchos de ellos vinculados a escándalos de corrupción. Pero, hábilmente, esos representantes aprovecharon la propuesta de la intelectualidad para pregonar que el problema no eran ellos, sino que las reglas del juego. Es decir, el estallido se interpretó como un “problema constitucional” y no como un déficit de representación. Ese error, como queda de manifiesto en estos cuatro años de desangre constitucional, es imperdonable. Ahí está la primera lección y sus responsables de origen.

Una segunda lección es nunca abrir procesos constitucionales con la pistola al pecho, lo que se evita tomando decisiones basadas en los datos. En 2019, por ejemplo, año del estallido social, la encuesta Bicentenario-UC registró un incremento en la percepción de conflicto respecto a 2018, especialmente entre “ricos” y “pobres”, que pasó del 48% al 67%. Por otro lado, la encuesta Latinobarómetro mostró en la serie 1997-2018 que la percepción de injusticia en la distribución de los ingresos en Chile promediaba cerca del 90%, diez puntos más que en el resto de América Latina. Adicionalmente, Chile entró en una espiral de casos de corrupción pública y privada, desde el financiamiento irregular de la política hasta la colusión en el precio de productos básicos. Esto debió alertar a nuestros representantes para perfeccionar la legislación, pero en lugar de eso, nos condujeron a un proceso que, como muy pocos anticipamos, estaría destinado al fracaso.

La tercera lección es que el cambio constitucional no se trata de gustos personales y, mucho menos, de resolver problemas que no existen. El éxito de Chile siempre respondió a la gradualidad y al reformismo. Sin embargo, parte de la elite intelectual insistió en que el salto al desarrollo dependía de la Constitución, lo que terminó siendo una falacia. De abrir una herida, están por generar una gangrena. Por favor, paren.

Por Mauricio Morales, académico Universidad de Talca

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