Columna de Mauricio Salgado: En el nombre del padre

Día del Padre en Viña Del Mar


Este domingo 18 de junio se celebra el día del padre. Se trata de una festividad muy lucrativa para algunos departamentos del comercio. Según la Cámara Nacional de Comercio, este mes concentra un 11% de las ventas anuales en vestuario masculino, sólo superada por el frenesí consumista de diciembre. Aunque estas cifras palidecen frente a aquellas generadas por el día de la madre durante mayo, que concentra el 9% de las ventas anuales, no dejan de ser significativas. Ellas revelan que en el país un gran porcentaje de los hijos rinde tributo a sus padres, abuelos y cuidadores. Otro asunto es si, como grupo, los padres nos merecemos tal homenaje.

En los hogares del país con presencia de ambos progenitores, los hombres destinamos en promedio la mitad del tiempo que las mujeres al cuidado de los hijos menores de 4 años, una diferencia que se mantiene incluso si se considera el nivel socioeconómico. La situación empeora cuando el padre deja el hogar. A marzo de este año, los Juzgados de Familia habían ingresado $65.100 millones de pesos de morosidad en el Registro Nacional de Deudores de Pensiones Alimenticias, en el que 9 de cada 10 deudores son hombres. Por tanto, unos 60 mil niños, niñas y adolescentes en Chile no reciben de sus papás lo que legalmente les corresponde.

Estas cifras están por sobre lo observado en otras latitudes, pero la tendencia es similar. En Estados Unidos, un 60% de los padres no paga la pensión de alimentos. En Inglaterra, un 20% de los padres no mantiene contacto con sus hijos e hijas. Un estudio mostró que es más probable que un padre esté moroso en el pago de la pensión de alimentos (50%) que en el de su tarjeta de crédito (3%). Este no es un fenómeno de la modernidad occidental. Cuando Frank Marlowe entrevistó a los Hadza que aún vivían de la caza y la recolección en Tanzania, descubrió que sólo el 36% de los niños tenían padres que vivían en su mismo grupo. A un hemisferio de distancia, entre las tribus Yanomamo de Venezuela y Brasil, la probabilidad de que un niño de 10 años tenga a ambos padres aún viviendo en el mismo grupo es de uno en tres.

Todo esto contrasta con la enorme dedicación y cuidado que expresan por sus hijos los padres de la tribu Aka, en África Central, conocidos por tenerlos en sus brazos hasta un 47% del tiempo e intercambiar sin problemas los roles de cuidado, caza y recolección con las madres. A nuestro alrededor conocemos la gran devoción hacia sus hijos que muestran muchos padres. También sabemos de otros que ignoran la existencia misma de los suyos. Reflexionando sobre esta situación, la antropóloga evolutiva Sarah Hrdy llegó a preguntarse si podrían existir diferentes tipos biológicos de hombres (para los lectores que también se lo preguntan, no hay ciencia sobre este tema ni forma para predecirlo de antemano).

Los antropólogos han buscado descifrar este fenómeno, estudiándolo en otros primates o en sociedades recolectoras y cazadoras. El cuidado paternal es más bien escaso, expresándose sólo en un 5% de los mamíferos. Nuestra especie produce la decendencia de más lenta maduración, cuya dependencia adulta para sobrevivir se extiende por casi dos décadas. Entre las tribus cazadoras y recolectoras, las nuevas generaciones requieren en promedio 19 años –en los que consumen 13 millones de calorías– antes de aportar más alimento para su comunidad del que toman de ella. A pesar de esto, los intervalos entre nacimientos son comparativamente muy cortos en estas sociedades. Así es que años antes de que un hijo sea independiente, la madre dará luz a otro. Y el esfuerzo requerido para cuidarlos superará con creces lo que ella por sí sola puede ofrecer.

En este contexto uno pensaría que los padres estarían genéticamente predispuestos para proveer a su decendencia. Sin embargo, hay más variación en los estilos de paternidad en las culturas humanas que en todas las demás especies de primates combinadas. Muchos de nuestros parientes primates son mejores padres que nosotros, otros son mucho peores. Pero al menos son consistentes dentro de su especie. ¿Por qué varía tanto el cuidado paternal en la nuestra?

Aunque hoy damos por descontado el cuidado y sobrevida de los niños y niñas, en sociedades tradicionales sin sistemas institucionales de cuidado, un 40% de ellos podía morir antes de cumplir cinco años. Para mantenerlos a salvo, hacía sentido tenerlos a resguardo de una persona todo el tiempo. Con la madre usualmente cuidando a más de uno y el padre realizando labores de caza y recolección fuera del campamento, las tareas de cuidado tuvieron que incluir a más actores, especialmente abuelas, tíos y otros. De esta red extendida de cuidados surge el proverbio atribuible a varias tribus africanas: se necesita un pueblo entero para criar a un hijo.

Fue este sistema de crianza cooperativa el que le permitió a las madres de nuestros ancestros tener más bebés de los que podían por sí solas mantener y a los padres variar en cómo cuidaban de ellos. Dejando a un lado la noción politizada de familia nuclear, una madre y un padre criando hijos solos solía ser una fase temporal y a menudo subóptima en sociedades premodernas.

Nada de esto da a los padres actuales que descuidan a sus hijos una excusa evolutiva. En una investigación que publicamos recientemente mostramos que el involucramiento paternal es un fuerte predictor del bienestar subjetivo durante la adolescencia temprana, independiente de la estructura familiar del hogar. Es decir, no importa tanto si el padre reside con el niño o la niña, lo que hace una diferencia es cuán involucrado con su vida está su padre.

La buena paternidad es ciertamente un recurso variable, pero también es uno que cuando se expresa genera enormes beneficios. A pesar de la diversidad de la paternidad entre culturas y tiempos, como escribió el sociólogo Nicolas Christakis, una cuestión permanece dolorosamente constante: no todos los niños y niñas tienen una buena figura paterna, pero todos seguramente merecen una.

Por Mauricio Salgado, investigador del Centro de Estudios Públicos (CEP).