Columna de Max Colodro: El fracaso de Chile
Cuatro años y dos procesos constitucionales seguidos, para terminar ratificando el texto vigente. El que impuso la dictadura y fue innumerables veces reformado en democracia. El que un 78% de los ciudadanos dijo querer cambiar en el plebiscito de entrada. Ayer, sin embargo, los resultados confirmaron que no fuimos capaces, que Chile no logró construir un acuerdo mínimo en materia constitucional. Pasamos a ser un caso único en el mundo, desechando por partida doble una propuesta de nueva Constitución a través de las urnas.
En resumen, estamos frente a un fracaso rotundo, no sólo de los partidos y del sistema institucional. También e inevitablemente, de la ciudadanía, que tiene en todo esto una responsabilidad innegable. Porque en el clímax de una crisis política y social inédita, apostó por un proceso no una vez, sino dos veces; escogió a sus representantes no una vez, sino dos veces; y el resultado fue que, finalmente, esa misma ciudadanía terminó por desecharlo todo.
Este doble fracaso obliga a una constatación histórica: desde su Independencia, Chile ha tenido tres constituciones estables y duraderas, más allá de sus reformas a lo largo del tiempo. La primera, en 1833, surgida luego de una guerra civil donde los conservadores derrotaron de manera categórica al bando liberal. Una Constitución impuesta por un gobierno encabezado por José Joaquín Prieto, el General triunfante en Lircay. Ese texto tuvo una vigencia de casi un siglo y fue reemplazado después del “ruido de sables” de 1924, por una Carta Magna negociada entre una junta militar y el presidente Arturo Alessandri. Por último, el texto de 1980, impuesto por una dictadura militar y que, con decenas de reformas a cuestas, los chilenos mayoritariamente decidieron mantener el día de ayer.
Esta era la primera vez en democracia, que Chile buscaba un acuerdo constitucional mayoritario. Ahora debemos hacernos cargo del fracaso de la civilidad y de sus consecuencias. La convivencia democrática, sus instituciones y los ciudadanos no logramos encauzar la aspiración de una nueva Constitución. ¿Quedó ayer zanjada de manera definitiva la controversia constitucional en Chile? Probablemente no, porque el texto que se mantiene vigente es el que un sector muy importante ha cuestionado durante décadas. Y, en honor a la verdad, es difícil que deje de hacerlo.
En síntesis, una derrota inapelable para la centroderecha y el Partido Republicano, que se jugaron por una propuesta que la mayoría del país no respaldó. Un breve respiro para el oficialismo, que impide el triunfo de sus adversarios teniendo que ratificar la Constitución vigente. Y un fracaso monumental del país, que perdió cuatro años, con un desgaste y un deterioro enorme, que se mantiene en un horizonte de inestabilidad e incertidumbre jurídica, con una Constitución hoy más fácil de modificar desde el Congreso.
Una travesía larga, dolorosa y, ojalá, pedagógica, que termina exactamente en el punto de partida.
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