Columna de Max Colodro: Enfermedad autoinmune
Finalmente, empieza a quedar claro: el drama existencial que recorre a la oposición no es programático ni ideológico; tiene que ver con su vocación de poder. La controversia sobre el destino del 0,5% de la nueva cotización previsional ha sido solo otro síntoma, que vuelve a confirmar que hay fuerzas de derecha y de centroderecha que no solo no pueden estar juntas, tampoco quieren. Y si el precio a pagar es perder las próximas elecciones presidenciales frente al actual oficialismo, bueno, no son pocos los que prefieren que así sea. En realidad, para algunos, siempre resulta digno pretender que se pierde defendiendo convicciones (oh yes, I am the great pretender); mucho más que ser arrastrados por las circunstancias a la victoria de quienes te disputan el mismo espacio.
Algo de eso ya ocurrió en la reciente elección municipal y de gobernadores, donde la oposición prefirió sacrificar posiciones clave, teniendo los votos para ganarlas, antes de mostrar disposición a ceder y llegar a acuerdos. Porque “el sector” no vive ni se alimenta de las urgencias del presente, menos aún de los dramas cotidianos de la inmensa mayoría. Por fortuna, ellos no viven de la necesidad y, por tanto, lo que está realmente en juego es la hegemonía cultural, la pureza de los principios, la dimensión testimonial de la política. En el fondo, ese es su gran e inconfesable privilegio: poder esperar sin drama el final de los tiempos, vivir soñando con la parusía, y no saber de urgencias.
Es cierto, a un segmento no menor de la oposición lo que le quita el sueño no es llegar al gobierno, menos todavía el deterioro de ese Chile en el que jamás han corrido el riesgo de vivir. Lo que le preocupa es no transar frente a los débiles de espíritu, derrotar a los pusilánimes de su propio sector. Por eso, lo que importa es “la mirada larga”, afianzar posiciones y no ceder a la ilusión oprobiosa de los acuerdos; nunca hay que olvidarlo, la piedad por los débiles es el último pecado del superhombre, decía Zaratustra. La derrota, que siga gobernando la izquierda, no es para ellos el peor de los mundos; el peor es doblegarse frente a las tentaciones impuras del poder, algo que solo hacen los que nunca lo han tenido.
Pasa el tiempo y la oposición insiste en confirmar que su verdadero enemigo es ella misma, su propia naturaleza. El destino del país resulta para muchos casi una anécdota, porque ellos tienen en rigor problemas de otra índole. Duermen plácidos, sin sobresaltos. Saben que incluso pueden terminar ganando igual, porque a veces basta y sobra con los estropicios del adversario. Y si ganan compitiendo entre ellos, tampoco sabrán qué hacer en el gobierno, pero eso hoy no les quita el sueño. Construir con tiempo una alternativa de gobernabilidad que pueda convocar a la mayoría, es decir, intentar enmendar el rumbo de un país a la deriva, es algo demasiado parecido al delirio terrenal que alimenta a sus adversarios.
Y ellos, es evidente, no están para eso.
Por Max Colodro, filósofo y analista político