Columna de Max Colodro: Impacto profundo
Vivimos en un país donde el Presidente de la República considera que la situación generada por la presunta agresión sexual de un subsecretario a una colaboradora es lo suficientemente grave como para no resignarse a ser, él mismo, un actor secundario. Improvisa, por tanto, un punto de prensa en el que durante casi una hora responde preguntas sin libreto, confiado en que su pura genialidad lo pondrá en el centro de una crisis de la que, por razones inentendibles, no desea quedar ausente.
En dicha puesta en escena, confiesa haberse enterado de la denuncia dos días antes por medio del propio afectado, el en ese entonces todavía subsecretario Monsalve. Cuenta que fue informado que dicha autoridad envió a funcionarios de la PDI a revisar las cámaras del hotel donde se produjeron los hechos, sin tener para ello una orden judicial. En simple, Gabriel Boric fue notificado por un subalterno de la comisión de un delito y no solo no entregó los antecedentes a la justicia, sino que tampoco solicitó la renuncia al subsecretario, ya que dos días después defendería ante el Congreso la Ley de Presupuestos. La renuncia únicamente llegaría cuando la noticia explota en los medios de comunicación.
Como si todo lo que Gabriel Boric dijo en dicho punto de prensa no bastara, la autoridad se dio el lujo de maltratar en vivo y en directo a su jefa de comunicaciones; al parecer, la única funcionaria de gobierno que entendía la magnitud del desatino que en ese momento estaba cometiendo su jefe y que intentó hacer su trabajo, es decir, impedir que ello siguiera adelante. Pero el Presidente no se detuvo, siguió disparándose a sí mismo y a su propio gobierno; entre otras cosas, con la tranquilidad de saber que no había riesgo de que las agrupaciones feministas salieran a la calle, ni por la acusación contra su exsubsecretario ni por el trato ignominioso a su jefa de prensa. “El violador eres tú” es una consigna que solo aplica para los adversarios.
A veces, pareciera que Gabriel Boric no tiene reales intenciones de ser jefe de Estado, ni siquiera de presidir un gobierno. Su fantasía es seguir siendo un eterno dirigente estudiantil, como testimonio viviente de una sociedad sometida a una constante infantilización, retroalimentada por consignas y humores adolescentes. El Presidente puede, por tanto, darse el lujo de “habitar” el cargo, de criticar las decisiones de los otros poderes del Estado, o dejarse llevar por el flujo de improvisaciones que define a esta administración; un gobierno que se sabe políticamente impune, cobijado por un sector del país siempre fiel, indómito frente al exuberante deterioro de una sociedad sin conducción.
Chile, un país cada día más parecido a la más triste versión de sí mismo, en un tiempo donde la imagen lo es todo. Y que, frente a la imputación de un delito gravísimo a una alta autoridad de gobierno, tiene a un Presidente que procede de la peor manera imaginable, incluso maltratando a los cercanos que intentan impedirlo.
Por Max Colodro, filósofo y analista político
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