Columna de Max Colodro: Inundaciones
Una lluvia que ciega los cristales, como en el poema de Borges. Que todo lo borra y pareciera detener el tiempo. Noticieros y matinales casi no hablan de otra cosa: la lluvia y sus secuelas, los damnificados con el agua hasta el cuello, el Chile doliente ante las catástrofes naturales, ese que algunos tienen la suerte de conocer solo a través de la pantalla. Un país hundido en su precariedad, condenado a la eterna falta de previsión y siempre a la espera de una campaña solidaria que permita dignificar a los no acontecidos.
Paréntesis climáticos en los que volvemos a confirmar que en Chile no hay términos medios: o sequía o inundaciones, o Baquedano o el perro “matapacos”. Como ya ni siquiera sabemos quién manda a quién, hemos decidido dejar el pedestal vacío, símbolo perfecto de un país sin nada en qué poder contemplarse. Y así debiera quedar para siempre porque nada nos representa mejor que una estatua ausente. Es el más puro testimonio que podemos dejar del presente, el más prístino legado que entregar a las futuras generaciones: un espacio en blanco. Por favor, en nombre del mañana, que no se les ocurra poner nada en esa plaza que ya ni siquiera tiene un nombre preciso y que, según dicen, también dejará de existir.
La lluvia y las inundaciones hacen milagros. Como esta semana en que cualquier otra cosa desapareció bajo la corriente. Por un instante pudimos soñar que no había gobierno ni oposición; que la sequía nunca existió y los últimos treinta años valieron un poquito más de treinta pesos. Pero no: el agua finalmente escurre y la realidad vuelve a quedar al desnudo. Nada ha sido en vano; el Chile actual no es el resultado de un desastre natural, sino la consecuencia de decisiones que hemos tomado nosotros mismos, de manera sistemática y por mucho tiempo. La inseguridad cotidiana, la violencia infantil en las escuelas, el rostro nuevo de las tomas y los campamentos, no cayeron del cielo como el meteorito que extinguió a los dinosaurios. Es obra y gracia nuestra, de los chilenos de hoy; todos y cada uno hemos puesto nuestro grano de arena, por acción o por omisión.
Mal que nos pese, el entuerto de estos años no se irá con el agua. Seremos para siempre campeones mundiales en procesos constituyentes fallidos, una sociedad sin acuerdos mínimos, perdida en un pasado sin salida, cuya única e inconfesable utopía es el consumo. Todo lo demás es un cuento, una pantomima. Cosa de ver a la actual generación en el poder, jóvenes rebeldes que venían a cambiar el mundo. Ahí están ahora, felices, moderados y pragmáticos asegurándose el futuro. Confirmando que, al final del día, hay cosas que no cambian.
No importa cuanta lluvia corra bajo los puentes, ni cuán inundados terminemos. Cuando el agua se retira, lo único que queda no es la naturaleza, sino el resultado de nuestras propias decisiones; esas prístinas y categóricas de las que no se puede culpar a ningún otro.
Por Max Colodro, filósofo y analista político