Columna de Max Colodro: Las Condes

Daniela Peñaloza y Marcela Cubillos. Las Condes. Fotos: La Tercera.
Daniela Peñaloza y Marcela Cubillos. Las Condes. Fotos: La Tercera.


La necesidad tiene cara de hereje, pero eso no quiere decir que no pueda ser eficaz. Es lo que se ha empezado a verificar en estos días: el oficialismo hará lo que sea necesario para asegurar su continuidad en el poder. Habrá acuerdos, se integrará a la DC, no existirán diferencias políticas o doctrinarias que impidan sumar votos. En los dos primeros años de gobierno, ha sido tal la cantidad de volteretas y de cantinfleos que unos más no agregarán ni quitarán nada. No es descartable, por tanto, que algún día veamos a un alcalde del Frente Amplio solicitar a su gobierno que los militares salgan a la calle a controlar el orden público. Es cierto: sería mucho, impúdico, pero en tiempos de campaña, todo vale.

Por su parte, las oposiciones van exactamente en sentido contrario: apostando a la división, a la pura divergencia, a competir unas con otras. Casi sublime, esta semana la exministra Marcela Cubillos ejecutó un verdadero “naranjazo” a su propio sector. Notificó que competirá como independiente contra su expartido, subiendo hasta las nubes el precio para que la UDI pueda resignar su apoyo a la actual y complicada alcaldesa de Las Condes. De paso, sentó un precedente explosivo: si ella puede, ¿porque cualquier otro u otra no podría también desafiar a su expartido y a su coalición, yendo como independiente, para forzarlos a todos a un respaldo incondicional?

Es que no hay caso: la derecha y la centroderecha se las arreglan para confirmar que su espíritu de fronda es siempre más fuerte que su responsabilidad con el país; que la confianza en su solvencia patrimonial hace que no exista ansiedad por ser gobierno y, por tanto, pueden darse el lujo de los personalismos, de los recelos intestinos y las obsesiones mesiánicas. De hecho, ya empieza a ocurrir: Republicanos y Chile Vamos se aprestan a competir entre sí, como si el país de los últimos años no hubiera existido, cerrando además las puertas a cualquier posibilidad de convergencia con sectores de centro, esos que hicieron importantes sacrificios al tomar distancia de un gobierno con el que ya no tenían nada en común.

Camilo Escalona, agudo como siempre, lo entendió de manera prístina: “esta ha sido una mala semana para la derecha”, dijo con una sonrisa. Y tenía razón: los partidos de gobierno, más lo que queda de la DC, avanzaron en pocos días un trecho enorme en la construcción de un acuerdo electoral para las municipales. La derecha y la centroderecha, en cambio, volvieron a mostrar su talón de Aquiles, su mal endémico, su dificultad existencial para mirar al país más allá de sí mismas. Confirmando su tentación por el extravío y su apego a la ingenuidad, aquello que nunca les ha permitido entender por qué los abusos, las injusticias e inequidades de la sociedad chilena, se vuelven mágicamente intolerables cuando les toca gobernar.

En fin, otra vez el pueblito se llama Las Condes. Ese que adornan las parras y lo cruza un estero. Y al frente hay un sauce que llora, que llora, porque yo la quiero.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

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