Columna de Max Colodro: Medio siglo

Crisis en caída libre.


Unos no están dispuestos a explicar el golpe de Estado sin lo que pasó antes; otros no lo conciben sin los horrores que vinieron después. Así ha pasado ya medio siglo para una generación que no puede y, al parecer, tampoco quiere elaborar sus traumas. Se nos dice que no es la sociedad, sino solo una élite la que ha decidido vivir como una estatua de sal. No importa, esa élite tiene la capacidad de intoxicar el ambiente, condenándonos a ser un país esclavo del pasado, prisionero de querellas interminables, sin ninguna posibilidad de reencontrarse. En rigor, hoy el tiempo va en reversa: a medida que nos alejamos de la efeméride, tenemos menos posibilidades de dialogar sobre nuestra historia, nos odiamos más y estamos menos dispuestos a escuchar los argumentos de quienes estuvieron, y están, en la otra vereda.

Quizás debamos resignarnos, asumir que, si medio siglo no fue suficiente, nada lo será; que las deudas y dolores nunca estarán saldados, y que siempre habrá cuentas pendientes. Igual que estos últimos treinta años que no valieron ni treinta pesos; un tiempo perdido en un país congelado, sin avances ni reparaciones posibles. Un Chile sin presente ni futuro, absorto y obsesionado con un pasado que jamás podrá quedar atrás, que estaremos obligados a reiterar hasta el final de los tiempos.

En estos días, pensar en el presente y en el futuro se ha vuelto una inmoralidad, una indecencia. Nadie puede abandonar su puesto en la historia ni esperar un mínimo de empatía del otro bando. Políticamente, somos y seguiremos siendo un país de heridas abiertas y eso le da sentido a la existencia de no pocos. Por ello es que resulta tan extraño y contraintuitivo que sea este gobierno el que quiere firmar un acuerdo por la democracia y los DD.HH. con los sectores que apoyaron el golpe militar y la dictadura. Porque no hay otros: el Chile al que se invita a firmar es el que tuvo hace cincuenta años la convicción de que el golpe de Estado fue “un alivio”, y que la alternativa a ese escenario era una guerra civil o un régimen comunista.

Ahora el gobierno busca incluso acercamientos con Sebastián Piñera, convertido por ellos mismos en el paladín de las violaciones a los DD.HH. durante el estallido social. Es que nada de lo dicho antes importa; vivimos tiempos sin Dios ni ley. Gracias al Presidente Boric sabemos también que quienes optan por el suicidio son unos “cobardes”, gente que no se atrevió a enfrentar su destino y sus circunstancias, como Salvador Allende o Violeta Parra. ¿O debemos suponer que la cobardía moral del suicidio está solo reservada a los enemigos?

En fin, aquí estamos, a medio siglo, caminando para atrás, sin ninguna posibilidad de encontrarnos en un esfuerzo de reflexión común, con un mínimo de empatía y de respeto por los dolores ajenos. Pero en algo hemos avanzado: sabemos ya que el paso del tiempo no arregla nada, porque el problema somos nosotros.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

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