Columna de Max Colodro: Réquiem para un sueño
No fue un “acto de nobleza” ni un “gesto de generosidad” hacia la agenda gubernamental, sino el peso demoledor de una evidencia que en los últimos días solo fue confirmándose: esta vez la acusación constitucional tenía posibilidades de prosperar, y los respaldos decisivos vendrían de sectores independientes, de centro e, incluso, de partidos oficialistas. Un escenario eventualmente catastrófico en medio de una crisis que, hasta ahora, sigue incontenible.
Como si el destino no tuviera contemplaciones, el mismo día en que Giorgio Jackson abandona el gabinete se conocen antecedentes de que Karina Oliva -excandidata del Frente Amplio al Gore Metropolitano en 2021- también habría utilizado en su campaña una fundación “fantasma” para defraudar al Fisco, confirmando que esto es todavía una historia en desarrollo, cuyas aristas y antecedentes están apenas empezando a destaparse. Lo que sí se sabe ya con relativa certeza es la envergadura del impacto para un gobierno y una coalición política que, en breve plazo, debió contemplar la demolición de su proyecto histórico en las urnas.
Y aparentemente sin capacidad de entender aún lo que ello significó, ahora son develados en el espejo de una interminable estela de corrupción, donde sus nombres y rostros, siglas y consignas, van pasando día a día a formar parte de un vergonzoso prontuario. Un espejo en el que dicen no reconocerse, culpando a sus adversarios y opositores de lo que solo ha sido el resultado de su propia creatividad. Igual que en la rechazada propuesta constitucional y en el “milagro” de haber conseguido que, en la reciente elección de consejeros, uno de cada dos chilenos votara por la derecha y uno de cada tres lo hiciera por el Partido Republicano.
Por eso es que escuchar a Jackson en su despedida de Palacio y al oficialismo en la valoración de su “gesto noble”, solo volvió a confirmar que el verdadero abismo en el que se encuentran las fuerzas de gobierno no es exclusivamente político, sino algo mucho más complejo y profundo: es un desajuste basal que les impide mirar cosas tan obvias como la magnitud de una derrota política y tan evidentes como un esquema para defraudar al Estado; una negación de la negación casi hegeliana, cuyo horizonte vano e ingenuo es pretender que todos los demás participemos de ella.
Ingenuo y, además, inútil. Igual que el esfuerzo de explicar esta renuncia como un “acto de generosidad”, un sacrificio con el objeto de que sus adversarios no tengan ya excusas para no respaldar una agenda de reformas que no comparten. Como adolescentes taimados que fueron descubiertos in fraganti y todavía se sienten con la credibilidad y la estatura moral para hacer algún tipo de exigencia.
En fin, a estas alturas, da lo mismo. Digan lo que digan y hagan lo que hagan, nada puede ya borrar el hecho de que fueron ellos, y solo ellos, los que escribieron el réquiem de su propio sueño.
Por Max Colodro, filósofo y analista político
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