Columna de Max Colodro: Sin rumbo
Si las acusaciones constitucionales están hoy desacreditadas es solo culpa de los parlamentarios. Lo que debía ser un mecanismo de fiscalización política de ultima ratio, se ha convertido en un espectáculo patético, fiel reflejo del nivel de quienes lo ejercen. En el gobierno anterior se abusó de ella, incluso con la intención de destituir a un Presidente democráticamente electo; y si alguien pensó que la centroderecha había aprendido de esa experiencia, las cuatro acusaciones presentadas en este período confirman que no.
La iniciativa votada esta semana fue ejemplar no solo por sus débiles fundamentos jurídicos, sino, también, porque fueron sus propios promotores quienes terminaron por enterrarla, al permitir que se cuestionara la orientación sexual del ministro investigado. Fue lo que hizo una activista invitada al Congreso por un diputado de RN, y reafirmado después por expresiones vergonzosas de una diputada que integra la bancada del mismo partido. Se decidió, entonces, culpar a Evópoli por desistirse de una acusación envuelta en este velo impúdico. Al final, la acusación fue rechazada, la degradación de las atribuciones fiscalizadoras de la Cámara subió otro peldaño y Chile Vamos terminó tensionado por su propia desinteligencia.
Con todo, el capítulo expuso el mar de fondo que hoy agita a la centroderecha: su brutal pérdida de hegemonía frente republicanos y la inocencia de creer que, con posiciones más duras frente al gobierno y más conservadoras en lo valórico, se podrá recuperar algo del electorado perdido. Una ingenuidad que parte por no asumir la naturaleza de la polarización vivida en los últimos años, y las causas políticas y socioculturales que la explican.
En rigor, la fallida acusación en contra del ministro Ávila fue solo otro síntoma de la pérdida de sentido de una coalición que todavía no se repone de un mazazo histórico, de una derrota estratégica que aún no logra comprender ni procesar. Porque la enorme criatura que súbitamente apareció a su diestra es un fenómeno complejo, que solo empezará a ser aquilatado por Chile Vamos cuando asuma la necesidad de recomponer las bases de su propia identidad política y defina un proyecto acorde a los desafíos del ciclo histórico; algo que le permita administrar sus relaciones con este nuevo actor desde una posición de mínimo equilibrio.
Por ahora, eso no se vislumbra: más bien la centroderecha se mueve en una lógica similar a la que en la última década hizo sucumbir a la centroizquierda en manos de la izquierda radical; es decir, en la ingenuidad de creer que se puede mimetizar con quienes solo apuestan a borrarlos del mapa. Pero cuando ya no se sabe qué es lo que se representa, cuando se piensa que echando por la borda todo lo construido podrá ser aceptado por una emergente mayoría, es cuando más cerca se está del final. Un destino en el que la centroizquierda chilena dio cátedra en estos años y que sectores de la centroderecha ahora parecen querer imitar.
Por Max Colodro, filósofo y analista político
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