Columna de Natalia González: Funas
![Ilustración funas digitales](https://www.latercera.com/resizer/v2/S2U7Q5P6UNCZBHFMEEYMWCZY4E.png?quality=80&smart=true&auth=cc068915b096a1255b4cd4b7bdc9dc698337097c9c8664d31b7357b95c70916b&width=690&height=502)
Gonzalo Valenzuela irrumpió en el escenario de los premios Caleuche para recordarnos cómo una obra de teatro, que él estrenaría en homenaje a su madre, no pudo realizarse debido a una serie de funas provenientes de un grupo de actrices. Increíblemente, miembros de su mismo gremio amenazaron con quemar las dependencias del Teatro Mori y hackear los sistemas que se usarían para transmitirla.
El actor llamó a tomar conciencia sobre lo sucedido, recibiendo, enhorabuena, un aplauso cerrado del público. Es valioso que Valenzuela se haya atrevido a exponer abiertamente la cobarde y penosa amenaza de la que fue objeto y, al mismo tiempo, que haya recibido el apoyo de la audiencia presente.
Lamentable y posiblemente, si lo hubiera hecho hace tan solo unos años atrás, tal vez se habría expuesto a una nueva funa. Y es que, en el contexto del mal llamado estallido social, muchos, incluyendo políticos y movimientos sociales, se valieron de las funas y las toleraron para cancelar a terceros (su opinión y su libertad), degradando con ello las bases sobre las que se sustenta nuestra democracia y convivencia.
Aun cuando en los últimos años la condena a estas conductas parece más transversal, la funa sigue siendo un fenómeno latente que no podemos dejar de mirar con atención, y debemos hacerlo aun cuando esta no se manifieste con toda su intensidad y agresividad performática. En redes sociales, por ejemplo, se vive a diario. Basta discrepar de la opinión de lo que en esa burbuja o plataforma aparece o se considera como lo aceptable o adecuado, para ser objeto de funas y persecuciones varias.
De ahí que no baste el consenso transversal para condenar estas conductas cuando son extremas y evidentes, como en el lamentable caso que relató Valenzuela, sino que también deben fustigarse aquellas conductas realizadas con los mismos fines, aun cuando aparezcan más pasivas, pues padecen de los mismos problemas.
Sucede que al final del día, las funas, en cualquiera de sus versiones, emulan una autotutela que vulnera y choca con los derechos de las personas, como lo son el respeto a su vida privada, su imagen, honra, integridad, el debido proceso y la presunción de inocencia.
Las funas, en último término, buscan silenciar las visiones con las que se discrepa, negando la libertad de expresión o amenazándola gravemente, y anulando la interlocución. Son todo lo contrario a un acto liberador, aunque quienes participen en ellas así lo crean o perciban.
En suma, estamos hablando de actos intolerantes y cobardes (a ratos matonescos) que vulneran los presupuestos básicos de las sociedades democráticas modernas y libres, y las bases de cualquier estado de derecho.
En Chile debemos cuidarnos de aquello. Debemos valorar nuestra diversidad y apreciarla, no cancelarla. El respeto por el otro y la convivencia en sociedad, bajo las reglas que nos hemos dado, así lo exigen.
Por Natalia González, Faro UDD
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