Columna de Natalia Piergentili: De los arrepentidos es el reino de los cielos
A diferencia de la canción de Edith Piaf Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada) hay momentos en que las personas necesitamos declarar y hacer público un sentir más profundo, probablemente fruto de una reflexión pausada y de la necesidad de redimir.
Esta semana, el ex miembro del comité de expertos del Partido Socialista Gabriel Osorio, señaló en un medio radial: “Me equivoqué al votar Apruebo. Nosotros aprendimos de ese error. Ambas propuestas tienen las mismas características desde el punto de vista programático”.
Sus palabras generaron un efecto “bola de nieve” en el Socialismo Democrático, donde otras voces se sumaron, compartiendo el fondo de lo expresado por Osorio. En cambio, desde el FA volvieron las críticas de algunos sobre la oportunidad y el sentido de estas opiniones, reflotando la aburrida monserga de la “deslealtad”.
¿Por qué a más de un año del plebiscito del 4 de septiembre una opinión reflexiva, con la calma que da el tiempo, la experiencia y la honestidad política e intelectual produce tanto antagonismo?
Estoy convencida que esto es producto de las distintas formas que tenemos para entender la historia y enfrentar los desafíos del país, su futuro. La renovación socialista, de la cual me siento heredera, es el mejor ejemplo de cómo las personas, hombres y mujeres que vivieron violencia, tortura, muerte, cancelación y exilio, fueron capaces de romper con sus cargas emotivas e ideológicas en un proceso reflexivo, desgarrador, profundo y lucido a la vez, para comprender que las transformaciones sociales que Chile necesitaba se debían hacer sin violencia, en democracia y con amplias mayorías. Ahí están, como legado, los mejores años de crecimiento, estabilidad y desarrollo de toda nuestra historia.
La discusión sobre el futuro de Chile, no radica en agudizar la división de entre arrepentidos de votar Apruebo, como tampoco atemorizarnos ante los escenarios apocalípticos que se anuncian a partir de los resultados del 17 de diciembre próximo. Las complejidades en política siempre están presentes, porque se representan distintos intereses de la sociedad. Sin embargo, hay algunos que creemos que siempre debemos estar abiertos a revisar nuestros actos, a aprender de ellos y a reparar social y políticamente aquellos asuntos públicos en los que hemos fallado.
No es deseable que evaluemos la coyuntura actual en la que estamos sin reparar en el camino que nos trajo hasta aquí y más aún, en las formas en que esos caminos se construyeron.
El resultado del proceso anterior pudo haber sido distinto si muchos hubiésemos tenido la firmeza para fijar posiciones ante los maximalismos del momento, para no aceptar la violencia de los vetos, integrando minorías y no cayendo en la tentación de representar un plan de gobierno en un proyecto constitucional. Los esfuerzos debieron estar en la creación de una arquitectura institucional, donde la democracia fuera haciendo posible reformas y cambios.
Como dice el filósofo español Daniel Innerarity: “Es preferible estar preocupado de que falte alguien que estar convencido de que sobran algunos”
Esto implica para la política superar el juego de extremar lo identitario, como si cada cosa recolocara en juego un interés de clase, o la mirada izquierda-derecha y darse cuenta que hay temas comunes que deben ser abordados con amplias mayorías, consensos y legitimidades.
El valor de Osorio y los que le han seguido no está en su arrepentimiento, sino en su capacidad de permitirse hacerse preguntas y evaluar los procesos políticos.
El futuro de Chile no puede definirse entre el bien y el mal, eso polariza, empobrece la discusión y hace imposible tener buenos acuerdos.