Columna de Natalia Piergentili: El futuro en jaque

El futuro en jaque
Foto: Andrés Pérez


Vivimos en un mundo fragmentado, inestable, intolerante, desconfiado, hiperconectado y a la vez desordenado y complejo, que amenaza nuestras democracias y en donde se fortalecen los extremos y populismos.

Han vuelto los grandes miedos a rondar nuestras vidas, algunos antiguos y otros nuevos, como: el miedo a las inseguridades, al cambio climático, a la inmigración, a la pobreza, a la inteligencia artificial, al narcotráfico, a la batalla comercial y a la (s) guerra (s).

En Chile, la política parece vivir en una eterna inmediatez, atrapada en la contingencia, donde el gran ausente sigue siendo el proyecto país, la idea de futuro frente a este escenario global que se mueve.

Tanto las derechas como las izquierdas, cada una a su manera, están fracasando en el arte más esencial de la política: construir un proyecto y dotarlo de sentido simbólico y práctico. No basta con administrar la realidad ni con defender causas particulares si no hay un horizonte común que convoque y movilice.

El progresismo, en los últimos años, ha estado atrapado en una madeja de debates identitarios, y en una fragmentación que le impide ofrecer una narrativa integradora y consistente mientras las desigualdades crecen, la natalidad baja y donde además un 57% de nuestros jóvenes, según encuesta de la Fundación Ebert, reflejan su malestar estructural queriendo dejar el país. Menudo problema para las políticas públicas.

Nuestro dilema no es tratar de encontrar respuestas en pactos electorales, sino en soluciones alternativas y estructurales para el bienestar de nuestros ciudadanos. Ahí está el centro de nuestra crisis.

EL 70% de los chilenos viene señalando en diversas encuestas que tenemos un gobierno de baja calidad, no logramos pasar del 30% de apoyo ciudadano, con promesas matizadas, conformistas a veces y sin sueño para el Chile de las próximas décadas. Invocar unidad contra alguien o algo no basta, requerimos diálogo y respuestas frente a los miedos globales.

Por su parte, las derechas, que históricamente han reivindicado el orden y la estabilidad, hoy parecen definir su identidad más en función de lo que rechazan en un continuo discurso de impugnación en lugar de mostrar lo que proponen.

Pero el problema va mas allá de la falta de ideas, en la actualidad ningún sector ha logrado conquistar voluntades ni movilizar emociones en torno a un proyecto político concreto. La política se ha vaciado de sentido porque ya no promete nada, no ilusiona, porque tampoco ha logrado cumplir promesas.

La transformación digital ha sido mejor entendida por el mundo empresarial y también por los carteles de la delincuencia quienes se han adaptado más rápido que la democracia, donde las políticas publicas son muy lentas para dar solución a problemas de las personas.

En este contexto de parálisis, la gran pregunta es ¿Quién o quienes será (n) capaz de devolverle a Chile la capacidad de imaginar el futuro? No se trata solo de ofrecer soluciones concretas para problemas inmediatos, aunque estas sean indispensables, sino de reconstruir la fe en que la acción política puede cambiar la realidad de las personas porque, entre otras cosas, se anticipa y es capaz de proyectar futuros. Sin esa capacidad de inspirar y movilizar, la política se reduce a mera administración, a una disputa de poder que solo alimenta el desencanto y la desafección ciudadana.

En ausencia de grandes propósitos y de rutas que muestren cómo se concretarán los cambios, el vacío se llena con la resignación o con la rabia. Ninguna de las dos cosas construye. La política chilena de los últimos años debe reflexionar y dialogar más, hemos vivido momentos graves que tendemos a olvidar, parafraseando a Giulio Andreotti, “En Chile puede pasar de todo y lo contrario de todo”, solo basta mirar la última década.

Mientras no haya quienes asuman la tarea de pensar el porvenir con audacia, coraje y con visión para hacerse cargo de los desafíos y oportunidades de un mundo asolado por la incertidumbre y miedos que a estas alturas reitero son globales, seguiremos sobreviviendo en la superficie de lo inmediato. Nos falta definir respuestas y objetivos políticos para el bien común.

Al final, es como si Chile y nuestra democracia estuvieran hackeadas.

Por Natalia Piergentili, ex presidenta del PPD.

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