Columna de Nicolás Monckeberg: La otra cara de Sebastián Piñera

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A un mes de su partida y con un poco más de perspectiva, quiero rendir tributo a ese corazón grande del expresidente Piñera, aquel que para muchos se escondía bajo una corteza impaciente y algo tosca. Lo hago ahondando en algunos recuerdos de más de 35 años de amistad, que develan una faceta más desconocida de este hombre al que la mayoría solo conoció como Presidente, político y empresario.

Conocí a Sebastián Piñera a los 15 años -él tenía 39- y fue observándolo que aprendí el valor del tiempo en toda su integridad. Cuando Piñera terminaba su período en el Senado recibimos una invitación junto a otros parlamentarios a visitar la fragata de submarinos en Talcahuano. Una visita de 12 horas en la que nunca lo vimos. Porque mientras nosotros leíamos y barajábamos cartas, Piñera no salió de la sala de control atento a cada botón, y cada explicación que recibía. No contó las horas, las aprovechó al máximo.

Valoraba su tiempo, pero también el de los demás. Quizá por eso hablar con él por teléfono o leer sus WhatsApp era todo un desafío. Iba extremadamente directo y al grano. ¡Por favor sintetice!, era una frase recurrente, porque no le gustaba hacer esperar a quien seguía después en su apretada agenda. Pero valoraba el tiempo también por otro asunto: necesitaba parte de sus días para dedicarlo a otros que necesitaban de él: no dejaba llamadas sin responder e invitaba un café a todo aquel que le pedía consejo: ex colaboradores que preparaban directorios, alcaldes ante decisiones importantes, economistas que partían a estudiar fuera sus doctorados, incluso algunos que atravesaban problemas familiares. Para ellos siempre guardó tiempo.

Observándolo aprendí también de su responsabilidad. Siempre se resistió a hacer planteamientos “de envoltorio”. Cada propuesta que presentaba debía venir con una explicación detallada de su financiamiento y viabilidad. Recuerdo en campaña cuánto lo presionamos para que anunciara rápido el Mapocho Navegable, sin embargo, prefirió esperar hasta el último plano de arquitectura. Tenía un pudor extremo de no caer en el populismo. Su estrategia electoral era mala, pero prefería demorarse. Si despreciaba lo chanta, era porque era un soñador que anhelaba y se oponía a todo lo que ahogara esos anhelos. Valoraba el tiempo, pero no le quitaba minutos al trabajo bien hecho.

Como protagonista de las famosas “bilaterales”, fui testigo de su exigencia y rigor. Pese a ello, nunca lo vi molestarse ante el “no sé” de un asesor. Eso lo entendía, lo que no podía comprender era que alguien llegara con una respuesta improvisada. Con las cantinfleadas era implacable y en algunos casos hiriente. Ahí afloraba su mal carácter y él lo sabía. Por eso se preocupaba de remediarlo y cuando se le pasaba la mano con el enojo, ponía en marcha un plan de “control de daños”. No como un cálculo político, sino porque valoraba a las personas y le dolía equivocarse en las formas.

Su fe también me conmovió desde los inicios. Invocaba a Dios con fuerza en sus discursos importantes, pero también la vivía en silencio. Recuerdo que antes de iniciar una gira al sur me encargó incorporar Yumbel en el itinerario de la Octava Región, para realizar una visita personal y sin prensa a su tocayo el mártir San Sebastián, al que le rezó a solas. Otro hecho que lo marcó fue, cuando ya electo presidente en 2017, le comunicaron que por protocolo el papa Francisco no lo podía recibir en audiencia. El enojo de todos nosotros en el comando contrastaba con su sincero sentimiento de pena y tristeza. Piñera hombre, no el mandatario electo, quería conocer al Papa.

El expresidente era fuerte y avezado, pero tenía un talón de Aquiles: el amor a su mujer, a sus cuatro hijos y a sus nietos. Él se daba cuenta de que sin ellos no habría sido ni la mitad de lo que fue, y en sus momentos más duros, siempre se refugió con ellos. Lo mismo con sus amigos, quienes fueron sus amigos de siempre. Recuerdo cuando no dudó en visitar a uno que estaba con problemas judiciales, a pesar de que sus asesores le aconsejaban desistir, para no ser flanco de críticas.

La amistad y la importancia de los afectos en su vida le impidieron conocer el rencor. Lo digo en primera persona: en algún momento tuvimos diferencias que nos llevaron a estar en posiciones contrarias. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que mientras yo me declaraba resentido y alargaba la molestia, él seguía contando conmigo y, sobre todo, preocupado de mí y de los míos.

Piñera fue un hombre en momentos criticado, porque era difícil conocerlo en profundidad. Por su apariencia a veces dura, daba la sensación de ser una persona más pragmática de lo deseable. Pero lo cierto, es que escondía un corazón de carne, grande, que se conmueve y agita y que en estos días hemos podido ver en cuerpo tangible con la avalancha de cariño demostrado por tantas personas.

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