Columna de Nicole Gardella: Cortar
Eso es lo que significa cesárea. Cortar la piel, los músculos, el útero. La cesárea es una cirugía mayor, tan profunda y delicada como puede ser acceder a un órgano estéril, que deja de serlo por eso, en ese momento. El útero es una casa externa, crece en cada embarazo y se sitúa en frente de la mujer. Ese es el significado de obstetricia, de pie frente a la mujer. La violencia obstétrica entonces es aquella que se ejerce por delante de la mujer, en una casa habitada por una o más personas. No hay que olvidar que eso es lo que se corta también.
Luego de cuatro consultas por Ley de Transparencia al Minsal y de un cotejo importante de datos desordenados, logramos entender el mapa de las cesáreas en Chile. Obtuvimos cifras desmesuradas para nuestra realidad, que difícilmente pueden ser justificadas clínicamente. Solo se pueden encontrar razones desafortunadas, errores que, quiéralo o no, son un atropello a la autonomía de la mujer, a la intimidad del vínculo que se inicia ahí, y a las necesidades básicas del recién nacido. Digo esto porque las cifras de cesáreas en Chile cuadruplican las recomendaciones internacionales y duplican las propias metas del país. El año 2021 acumulamos 91.262 cesáreas, eso es 91.262 cortes. Según la OMS debieran haber sido 13.698, y la meta de Chile eran 27.396. Nos excedimos en más de 77.000 cirugías.
En el Observatorio de Violencia Obstétrica nos negamos a creer que estas cifras, crecientes en la última década, son un indicador de salud materno-fetal. ¿Cómo es que en Chile solamente las recomendaciones de la OMS sean impracticables? ¿Cómo es que de pronto en Chile, más de la mitad de las mujeres requieren atención médica de urgencia para tener hijos? Es sospechoso, por ejemplo, que en las regiones del Maule y Ñuble el 90% de los nacimientos del sistema privado fue por cesárea. ¿Cómo se explica clínicamente que 9 de cada 10 mujeres requería una cirugía para parir? Las cesáreas son una medida de urgencia para salvar al menos a uno de los involucrados en el nacimiento. Si estos datos fueran evidencia de una condición física de las mujeres, si reportaran a una característica biológica, la especie humana se habría extinguido hace ya tiempo.
Comparativamente incluso, la situación es también preocupante. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde las cesáreas también van en aumento, estas correspondieron al 32,1% de los nacimientos en 2021. El estado con mayor tasa de cesáreas no superó el 38,2%. El incremento entre 2019 y 2020 fue apenas de un 0,4%, y entre 2020 y 2021 fue un 1,7%, lo que no es estadísticamente significativo. En Chile en cambio, entre los años 2019 y 2020, el aumento fue de 5%, y para los años 2020 y 2021 los datos son todavía indeterminados.
El parto por cesárea tiene riesgos por ocurrir cerca del “área sucia” del cuerpo. No es improbable cortar un intestino y por tanto contaminar ese lugar estéril, el útero, que cobija la gestación. Ese es uno de los riesgos para la mujer. Otro es todo lo que puede ocurrir durante la recuperación, más larga que la de un parto vaginal. Pero otro riesgo es el que experimenta quien nace. Generalmente el recién nacido es alejado de su madre perdiendo su hora sagrada, su hora de apego y dificultando el inicio espontáneo de la lactancia. Pasan de un ambiente oscuro, con sonidos conocidos a uno saturado de luz, de cables y de ruidos sin la mediación y protección de la madre. Se ha estudiado, además, que estos recién nacidos aumentan sus riesgos de enfermedades autoinmunes, artritis reumatoidea juvenil, asma, e incluso leucemia. ¿Cómo es que todavía elegimos jugar con estos riesgos?
Por Nicole Gardella, OVO Chile