Columna de Nicole Gardella: La fábrica de guaguas



El debate sobre la natalidad suele centrarse en la caída de los nacimientos y sus efectos en el futuro económico y demográfico del país. Sin duda esto es importante, pues permite discutir políticas públicas focalizadas. Sin embargo, poco se habla de otro aspecto fundamental: la experiencia en torno al nacimiento.

En la Primera Encuesta sobre el Nacimiento en Chile (OVO-Chile), los relatos de mujeres sobre sus experiencias de parto reflejan una realidad dolorosa. Por procedimientos invasivos sin consentimiento, tratos agresivos, tiempos de espera extenuantes y falta de acompañamiento de personas significativas, muchas mujeres describen sus partos como una experiencia traumática que no pueden volver a vivir. El análisis de estas experiencias muestra que los vínculos entre la mujer y quienes están en el parto son los que hacen la diferencia. No es relevante si fue en una clínica privada o un hospital; tampoco el tipo de parto importa. Las experiencias positivas aumentan especialmente cuando la mujer es acompañada por personas significativas. También contribuye que tenga pocas intervenciones, que reciba un trato amable y cuidadoso, que los demás sean sensibles a su dolor y que reciba información clara sobre su estado de salud y el de su bebé. Esto es lo que se entiende como trato humanizado, un ejercicio de empatía y compasión hacia alguien que está en un momento vulnerable. Nada de esto es de otro mundo; tampoco requiere de mucha inversión. No obstante, muy pocas mujeres lo viven.

Si el parto es organizado como un proceso meramente clínico desprovisto de humanidad, la disposición de las mujeres para volver a experimentarlo disminuye; más aún si lo viven como trauma y sufren secuelas físicas. Distintos estudios muestran que una experiencia de parto positiva incide en una disposición favorable hacia la maternidad, que al menos no boicotea la decisión de tener más hijos, de cuidarlos y criarlos. Las redes de apoyo son fundamentales en esto, desde el espacio íntimo de quienes comparten nuestra cotidianeidad hasta las políticas de Estado. Sabemos que la institucionalidad ha sido por décadas hostil o indiferente al embarazo y el parto, que la infraestructura de salas cuna es insuficiente para mujeres que trabajan, y que la posibilidad de pagar cuidadores es inimaginable para muchas por sus bajos salarios. La maternidad pasó a ser un ‘problema laboral´ que limita a las mujeres. El cambio demográfico es también consecuencia del modo en que concebimos a la mujer, el nacimiento y la maternidad en Chile, de cómo cuidamos el periodo perinatal, de cuánta calidez podemos ofrecer para el desarrollo de roles complejos como la maternidad.

Mejorar la experiencia del parto es ciertamente un tema de derechos de las mujeres, pero también es una estrategia práctica y experiencial para abordar el desafío demográfico. Garantizarle al nacimiento un status justo, es una manera de enfrentar el problema de la natalidad. Debemos dejar de mirar esta crisis como en su generalidad para atenderla en su particularidad. Es necesario desistir de preguntarse únicamente cómo aumentamos el número de hijos, porque eso objetualiza a la mujer como una fábrica de guaguas. Pensemos entonces un poco más en la experiencia de ellas y empecemos también a inspirar mejores nacimientos, favorecer mejores maternidades y finalmente a construir una mejor sociedad.

Por Nicole Gardella, Ovo Chile, Escuela de Gobierno, UAI.

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