Columna de Noam Titelman: ¿Por qué algunos trabajadores han dejado de votar por la izquierda?
Los partidos de izquierda no están condenados a perder los votos de estos sectores. De hecho, Reino Unido tiene algunos de los ejemplos más notorios de una izquierda que logró ser casa para las nuevas y viejas demandas de justicia social.
Por Noam Titelman, economista UC y uno de los fundadores del Frente Amplio.
En el último número del Jacobin, la principal revista de los Socialistas Democráticos de América, su fundador, Bhaskar Sunkara, se preguntaba si algunas de sus acciones no habrían terminado por alejar a la clase trabajadora de las izquierdas. En particular, se cuestionaba si las nuevas izquierdas nacidas en los 80, concebidas como “coaliciones de coaliciones”, sin jerarquías ni priorizaciones de distintas reivindicaciones de grupos marginados, no tendrían como correlato el echar raíces en las clases medias, en lugar de las clases trabajadoras.
La idea de que a las izquierdas se les presenta una disyuntiva entre apelar al apoyo de las clases trabajadoras y medias no es nueva. Ya en 1986, Adam Przerworski advertía que en el origen mismo de la socialdemocracia está el “dilema electoral del socialismo”. El dilema consistía en que los partidos socialistas que aceptaban las reglas de la democracia liberal se veían obligados a buscar generar alianzas más amplias para construir mayorías, incluyendo a las nuevas clases medias. Pero, en el proceso, dejaban de ser el “partido de los trabajadores”. El dilema era que tratando de ampliar su base de apoyo podían desmovilizar a sus votantes originales entre los trabajadores.
Este proceso se fue haciendo cada vez más determinante a medida que cambios estructurales transformaban la economía de sociedades industriales en economías basadas en el conocimiento y la profesionalización de la fuerza de trabajo. Por ejemplo, en Reino Unido, desde la primera mitad de los 80, la mayoría de la población pertenece a las clases medias profesionales (Heath, 2015).
El otro lado de este proceso ha sido el protagonismo que han ido adquiriendo los mal llamados valores “posmateriales”. La teoría de Ronald Inglehart, publicada en su libro de 1977 La revolución silenciosa, sostiene que los antiguos clivajes de clase e ideología se verían progresivamente superados por temáticas posmateriales. Es decir, se reemplazarían las tradicionales preocupaciones por la desigualdad de ingresos y riqueza por los de autonomía individual, reconocimiento y expresión personal. Influenciado por las revueltas de mayo del 68, Inglehart se imaginaba una izquierda de jóvenes profesionales que reemplazaría a la tradicional izquierda de trabajadores industriales y mineros.
Más recientemente, Inglehart y Pipa Norris han buscado explicar el surgimiento de nuevos movimientos populistas de derecha a partir de una reacción a esta “revolución silenciosa”. En particular, lo que muestran es que el apoyo a estas emergentes fuerzas iliberales de derecha viene principalmente como reacción a los avances del progresismo en materias culturales, incluyendo avances en derechos de minorías étnicas, igualdad de género y derechos de la diversidad sexual. Los votantes de estas fuerzas no son los más pobres de las sociedades en que habitan. Son esa antigua clase trabajadora que migró desde la izquierda a la derecha, empujados no por desavenencias económicas, sino culturales.
El Brexit se ha vuelto simbólico para este fenómeno. Las últimas elecciones generales británicas mostraron el peor resultado para el Partido Laborista desde 1935, explicado, en gran parte, por votantes del Brexit. Votantes blancos, más viejos, con menor educación superior y miembros de esa antigua clase trabajadora que combinan demandas de redistribución del ingreso con valores tradicionalistas y patrióticos explican buena parte del desplome en votación de la izquierda británica.
Pero los partidos de izquierda no están condenados a perder los votos de estos sectores. De hecho, Reino Unido tiene algunos de los ejemplos más notorios de una izquierda que logró ser casa para las nuevas y viejas demandas de justicia social. Es conocida la historia de una organización de la diversidad sexual, proveniente de Londres, que apoyó contra viento y marea la huelga minera en Neath. Odisea que fue seguida por el reconocimiento de los derechos de la diversidad sexual en la conferencia del Partido Laborista en 1985, con el apoyo de los mineros.
Mantener unida una coalición como esa no es fácil, pero una cosa es segura: la posibilidad de generarla descansa en reconocer la agencia de ese sujeto popular y no verlo como un mero objeto de políticas públicas o, peor aún, un resabio pronto a ser superado. En definitiva, hace falta reconocer que el pueblo está tanto en las demandas de las organizaciones LGBT de la gran ciudad como en las de los mineros de Neath. Una lección particularmente valiosa ahora que tendremos nuestro propio plebiscito.
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