Columna de Óscar Contardo: El culto a la moderación

warnken


Hablar desde “la moderación”, así entrecomillándola, tiene en la historia reciente de nuestro país un significado especial, un color local muy propio, que tiñe las cosas de un tono sobre el que vale la pena detenerse. Cada vez que alguien enuncia un discurso que se describe a sí mismo como “moderado” marca una bandera. Aquello que se considera como tal es, por lo tanto, contrario a algo que queda automáticamente relegado al terreno de lo “extremo” y de “lo insensato”. Una línea que una vez trazada define la conversación, la encauza o simplemente la da por concluida. Este es el principal rasgo en el discurso de quienes han fundado el grupo llamado “Amarillos por Chile”, personas reconocidas por su figuración pública durante las últimas décadas: exministros, exrectores, exparlamentarios, expresidentes de partidos, exdirectores de fundaciones, exdirectores de empresas, varios hombres, pocas mujeres, pero todos ellos personas que en algún momento tuvieron poder para tomar decisiones que afectaban las condiciones de vida de muchísimas personas y que piensan que la Convención Constitucional puede llevar al país a un “callejón sin salida”.

“Amarillos por Chile” ha presentado su plataforma como una advertencia. Sus miembros han dicho que si el proceso constitucional continúa tal cual, es decir, tal como estaba acordado que fuera después de dos elecciones cuyos resultados dejaron establecida nítidamente la voluntad de la ciudadanía, ellos ven el peligro de un “estallido institucional”. El problema, según han explicado, es que la mayoría elegida democráticamente está imponiendo puntos de vista que difieren de la minoría, un asunto totalmente previsible en democracia, sobre todo cuando esa minoría representa menos de un tercio del total y, en lugar de abrirse a negociaciones políticas, se ha hecho representar por personas que públicamente han tergiversado propuestas o derechamente han insultado a través de vocerías no solo a sus adversarios, sino a la institución misma, con declaraciones agresivas y groseras. Sin embargo “Amarillos por Chile” no da cuenta de ninguno de esos hechos: para ellos el problema es una mayoría que estaría aprobando cosas que ellos juzgan descabelladas y que describen como caricaturas. De sus declaraciones se desprende que ven la Convención como una amenaza, básicamente porque no están representados sus criterios. Tampoco dan cuenta de la razón para que no acudieran a exponer sus inquietudes durante el período en que las comisiones recibieron a las organizaciones de la sociedad civil, dejando en el aire la idea de que esa instancia no existió. Prefieren lamentarse de que no son escuchados, o más bien que no tienen espacio de expresión: lo dicen en los diarios y en la televisión, en los noticieros y en los programas matinales, en las radios y en los sitios de internet. Según ellos, son un grupo “acallado”, a pesar de contar con todos los canales de expresión habitualmente cerrados para los comunes y corrientes.

Naturalmente, las personas que forman “Amarillos por Chile” están en todo su derecho de criticar y proponer, pero también, en tanto personalidades públicas, la mayoría con una trayectoria política, deberían estar abiertos al escrutinio de los ciudadanos, sin llamarle a ese escrutinio “funas” ni considerar que las críticas son gestos de intolerancia. La primera de las críticas cae por su propio peso: “Amarillos por Chile” no considera en su discurso las razones que llevaron a la crisis actual y al acuerdo que abrió paso a la Constituyente. Usan la figura del “estallido institucional”, sin mencionar el otro, el de octubre de 2019, ni hacerse cargo de la cuota de responsabilidad que tuvieron todos aquellos que detentaron cargos de poder durante años. Deberían responder, al menos, si es que acaso no advirtieron los claros síntomas del desprestigio en el que estaba cayendo la política y las instituciones. Había señales contundentes del malestar, que crecían al ritmo de los escándalos de financiamiento ilegal de la política, los de corrupción en Carabineros y en el Ejército; de la impunidad de los delincuentes de cuello y corbata y los abusos de todo tipo de las empresas de servicios. Es como si “Amarillos por Chile” nunca se hubiera enterado de la crisis ambiental en Freirina, en Chiloé o Quinteros; ni del conflicto en La Araucanía ni de la crisis hídrica en Petorca. Hablan como si tampoco estuvieran al tanto de los deudores del CAE y los pensionados de las AFP que durante años salieron a las calles para intentar ser escuchados y que algo cambiara. Ellos, en su momento, fueron de verdad minorías acalladas a las que se les exigía moderar sus quejas, porque este, se suponía, era un país serio, en donde las instituciones funcionaban. Eso les repitieron hasta que llegó un momento en que ya nadie quiso esperar más.

Ahora resulta que quienes en su momento debieron atender a esas señales desde sus cargos se muestran escandalizados y, en lugar de rendir cuentas o aportar desde la humildad de quien pone a disposición su propio conocimiento, exigen orden, y se presentan frente a la opinión pública como unos recién llegados que se toman la molestia de intervenir para salvar al país de la debacle, arrogándose el monopolio de la sensatez y la prudencia, haciendo pasar por diagnóstico realista un conjunto de opiniones nubladas por su propia vanidad, aseveraciones sin muchos argumentos, pero bien difundidas gracias el poder que los convoca.