Columna de Óscar Contardo: El museo de los ideales perdidos
La frustrada compra de la casa de Guardia Vieja ha dado muestras de un extravío, una desorientación que el expresidente Allende nunca tuvo en su manera de entender el ámbito cultural.
La mañana que conocí a Carmen Waugh hacía frío. Ella dirigía el Museo de la Solidaridad, cuya sede en ese entonces estaba en un edificio de calle Herrera, una antigua escuela normal de dos plantas con corredores en torno a un patio interior. Yo iba como periodista. Me recibió en su oficina, una sala de techos altos sin calefacción central. Su escritorio era un pupitre escolar. La entrevisté, paseamos por la muestra en curso, vimos las piezas más célebres -el multicolor circular de Frank Stella, el cuadriculado urbano de Torres García-, nos detuvimos en un grupo de obras de artistas contemporáneos escandinavos, la única en su tipo en América Latina. Hablamos de la rareza de que un conjunto como ese estuviera en Santiago. Me fui. Escribí la nota sobre el museo y sobre ella. Tiempo más tarde la volví a ver en su casa, en la precordillera. Un living amplio y un ambiente en el que cada objeto -libro, pintura, mueble- parecía guardar un significado personal, como si la dueña de casa -una mujer observadora y parca- les otorgara a esos objetos la responsabilidad de cargar con su biografía, no como una exhibición de estatus, sino como un ejercicio de desprendimiento. No era decoración lo que había allí, era parte de su vida y, de cierto modo, la belleza simple y ruda de una época de encuentros, desencuentros, decepciones y despedidas.
La galerista Carmen Waugh dirigía el museo porque ella era una de las protagonistas de la historia que explicaba el origen de su colección. Era una historia política, la de un movimiento de izquierda internacional, pero sobre todo una de compromiso con ciertos ideales de justicia y solidaridad: reconocidos artistas de todo el mundo donaron al pueblo de Chile sus obras como señal de apoyo a una causa que consideraban justa. La galerista no había llegado al proyecto que arrancó en 1971 gracias a la militancia que no tenía, sino porque sabía de arte y tenía un oficio y una experiencia que le reconocían académicos y artistas. La primera etapa de esa donación fue durante la Unidad Popular y fue recibida por la Universidad de Chile; la segunda ocurriría en dictadura y sería coordinada en el exilio. En ambas, Carmen Waugh tuvo una participación central junto con un puñado de chilenos y extranjeros. La meta era continuar la tarea interrumpida por la dictadura y alguna vez reunir las dos partes de la colección. Ese día llegó en 1990, con la democracia.
Carmen Waugh dirigió el Museo de la Solidaridad hasta que una controversia con la familia del expresidente Allende acabó con ella fuera de la dirección, en 2005. La galerista consideraba que la colección completa había sido donada al pueblo de Chile, y que eso significaba que le pertenecía al Estado y no podía ser manejada como un patrimonio privado. Esa postura no era compartida por los representantes de la familia Allende. Finalmente, el asunto se resolvió a través de la creación de una fundación que dejó fuera de la dirección a la señora Waugh.
Los detalles conocidos hasta ahora sobre el caso de la frustrada compra de la casa de calle Guardia Vieja del expresidente Allende me hicieron recordar a Carmen Waugh, y a tantas personas que han contribuido a darle un espesor a la trama cultural de este país con la constancia y la pasión de quien no espera nada a cambio. Pensé en aquellos que trabajaron sin fondos ni instituciones de respaldo, en un país muchísimo más pobre que el actual, para hacer algo que no tendría más recompensa que dotar de sentido a nuestra vida en común: pensé en Violeta Parra recorriendo los campos para recopilar canciones en una misión autoimpuesta; en Andrés Pérez montando obras callejeras en dictadura, cuando el derecho a reunión estaba restringido; en Pablo de Rokha vendiendo cuadros de pueblo en pueblo para mantener a su familia; en Luis Oyarzún organizando giras con poetas en los pueblos del sur de Chile. Ninguno de ellos hizo lo que hizo para alcanzar la fortuna que jamás tuvieron. Todos ellos se dedicaban a algo totalmente inútil y, sin embargo, sin esa dedicación absurda este país sería en la actualidad un lienzo incompleto, una habitación vacía, una planilla de haberes y deberes aplicada a un número de personas con muy poco en común entre ellas.
La izquierda política, se supone, debería entender sobre asuntos como este y sus dirigentes orientarse por algo más que la ganancia de un negocio inmobiliario, o por beneficiar a sus redes de cercanos. Asimismo, cabría suponer que las autoridades progresistas que se jactan de sensibilidad artística deberían conocer algo sobre nuestra menesterosa historia cultural más allá del artista de moda, y los burócratas a cargo del gobierno, entender sobre las leyes que nos rigen para evitar bochornos. No ha sido el caso. La frustrada compra de la casa de Guardia Vieja ha dado muestras de un extravío, una desorientación que el expresidente Allende nunca tuvo en su manera de entender el ámbito cultural. En el mismo gobierno en que una autoridad de cultura desechó aceptar una invitación a la feria de Frankfurt explicando que había otras necesidades más urgentes -un argumento tan de las derechas políticas y que tardíamente fue corregido-, el Ministerio de las Culturas aparece involucrado en la adquisición fuera del marco legal de una casa por 993 millones de pesos. El mismo ministerio con cero avances legislativos durante los tres años de un gobierno en el que la cultura supuestamente iba a estar en el centro. Que no sea sorpresa entonces que la oposición ya esté anunciando que de llegar al gobierno recortará recursos en cultura: ha sido la propia izquierda en el poder la que les ha regalado razones para hacerlo, debilitando la institucionalidad, levantando en nombre de la cultura y la historia política su propio museo de los ideales perdidos y las promesas incumplidas.
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