Columna de Óscar Contardo: Frente a frente

Matthei Tohá


La carrera presidencial comenzó, las dos principales contendoras ya lo son de manera explícita y, con todas las diferencias que las distinguen, ninguna podrá recurrir a la idea de cambio como corazón de sus propuestas. Aunque pertenecen a distintas generaciones, tanto Evelyn Matthei como Carolina Tohá son, cada una en su carril, continuidad. Ambas han sido parte de la historia de los últimos 50 años, primero, por su vinculación familiar -son hijas de personajes centrales de esa historia- y luego por sus propias militancias; Matthei primero desde Renovación Nacional debutando como figura en la campaña del Sí y Tohá en la Fech que tumbó la rectoría de Federici, y luego como militante del PPD -un partido instrumental que devino en un eficiente centro de gestión de poder- en la campaña de la opción que hizo posible la transición democrática. Las dos han sido gobierno, han sido oposición y han sobrevivido a respectivas crisis: la más grave de Matthei, el escándalo de espionaje telefónico de 1992, que la empujó a migrar a la UDI, y el más rudo para Tohá, salpicada con el financiamiento ilegal de la política con SQM. Hubo heridas, cicatrices y travesías abreviadas por un desierto a la medida.

Evelyn Matthei, la mujer de derecha que suele definirse como una liberal aún más allá del ámbito económico, resignándose a las posturas conservadoras de un hábitat político que tiende al voto confesional y en donde feminismo sigue siendo una palabra sospechosa que debe manipularse con pinzas y mascarilla. Como diputada, en 1991 salió de la sala cuando debía votarse la creación del Servicio Nacional de la Mujer, y en 2023 debió retractarse de sus primeras declaraciones y apoyar una propuesta constitucional elaborada por la ultraderecha que amenazaba con despojar de derechos a las chilenas. Como militante sabe de ir al sacrificio: ya en 2013 asumió con la mejor cara una candidatura presidencial perdida de antemano frente a una imparable Michelle Bachelet. Matthei ha sido una militante obediente de una derecha en donde la camisa celeste, el pantalón caqui, la chaqueta azul marino y el zapato oxford color coñac (o mocasín marrón) marcan un sello de identidad masculina en donde el máximo gesto de apertura social ha sido levantar a un candidato que calza zapatillas y viste camisa hawaiana. La exdiputada, exsenadora, exministra y exalcaldesa ha sido un buen soldado, pero pese a su carácter no ha demostrado don de mando dentro de su sector a la altura de su propio rigor de conducta. Es difícil distinguir a su alrededor una red de acompañamiento nítida, un círculo de lealtades, aunque en política siempre sea complejo usar esa palabra. Rara vez se la ha visto ordenando filas o imponiéndose en momentos decisivos. En la pulseada entre acercarse al centro o rendirse, acaba siempre ganando arrimarse a un extremo que, a la larga, la debilita. Esto tiene como consecuencia una tendencia a desdecirse -llamó a votar por la continuidad de Pinochet, pero no se considera pinochetista- o retroceder en una opinión para luego sumergirse, como ocurrió con la propuesta constitucional de los republicanos.

La decisión de Carolina Tohá de asumir la carrera presidencial puede interpretarse como el último intento de una generación que no quiso o no pudo escalar en el poder en el momento en el que le correspondía hacerlo. Una oportunidad de espantar el cuco y levantar una propuesta propia tras haber secundado, primero, a los veteranos de los 70 y luego a una generación política que resultó estar emborrachada de sí misma y enamorada más de cómo se escuchaban sus promesas que del trabajo que significaba llevarlas a cabo. Tohá, como ministra del Interior, dotó de conducción a un gobierno desorientado por su propia inoperancia y soportó sobre sus hombros una responsabilidad que otros no han sabido sobrellevar. Lo mismo había hecho con la campaña del Apruebo, un fracaso para la izquierda que ella misma acaba de calificar como “bochornoso” frente a una audiencia de jóvenes, esbozando una autocrítica que muchos aún se resisten a enfrentar. La duda es qué puede ofrecer Tohá distinto a lo que ha hecho hasta ahora, cómo distanciarse de las ineptitudes oficialistas y lograr ser escuchada más allá de ese 30 por ciento de incondicionales a la figura del Presidente Boric. Más aún cuando entre sus atributos de imagen no está ni el carisma del actual mandatario ni la calidez que proyectaba la Presidenta Bachelet. La incógnita sobre el lugar desde el que quiere hablar en tanto candidata crece luego de la reacción frente a una nota de La Segunda que describía sus vínculos de pertenencia política. El objetivo del artículo era simple: una cartografía de sus redes que se hunden en la espesura de un establishment de raíces concertacionistas. El efecto fue rechazar que tal cosa fuera real, como si la estuvieran vinculando con un grupo de desconocidos. La única conclusión que se puede sacar del impasse es que Tohá entiende que hay un amplio sector del electorado de izquierda para quienes volver a votar por una nueva versión de la Concertación -sus lógicas, la conducta de su élite, su manera de ordenar el mundo- sería un sacrificio difícil de llevar a cabo.

Ni Matthei ni Tohá hasta el minuto han asumido un tema que es la manada de elefantes en la cristalería: la corrupción rampante que ha salpicado a todos los partidos y minado la poca confianza de los chilenos y chilenas en las instituciones políticas.

El desafío de las candidatas en carrera es asumir que no pueden hablar de grandes cambios viniendo de donde vienen, pero tampoco regalarle ese trofeo a una ultraderecha en esteroides gracias al avance de su discurso autoritario en el mundo. La carrera recién se inicia y, como nunca, exigirá a todos los contendores cuadrar un círculo propio para ofrecer como futuro algo más que un mero reciclaje del pasado.

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