Columna de Óscar Contardo: Hágase su voluntad

Elon Musk
Foto: Elon Musk en un acto de la campaña presidencial de Donald Trump en Butler, Pensilvania, el 5 de octubre de 2024.


Ocurrió una semana antes de Navidad en Estados Unidos. Los partidos demócrata y republicano habían llegado a un acuerdo en el Congreso para aprobar el presupuesto que habilitaría la continuidad del funcionamiento de la administración federal, evitando el llamado “cierre del gobierno”, es decir, lo que en el sistema estadounidense significa la suspensión de todos los servicios públicos, incluidos el pago de pensiones y de sueldos de funcionarios y del Ejército, hasta el comienzo del nuevo período presidencial y legislativo en enero. La última vez que algo así ocurrió fue en el período entre 2018 y 2019, cuando durante cinco semanas la administración del gobierno federal quedó sin fondos, por falta de acuerdo en el Congreso, provocando pérdidas económicas por tres mil millones de dólares.

Esta vez un pacto entre los dos partidos, negociado durante meses, evitaría el traspié. El acuerdo final, un documento de 1.500 páginas, que dotaría de los recursos necesarios para mantener en pie la administración, se había logrado la noche del martes 17, tres días antes del plazo para evitar el “cierre del gobierno”, que se cumplía la medianoche del viernes 20 de diciembre.

Horas más tarde, el miércoles 18, Elon Musk usó su cuenta en la red social antes conocida como Twitter y que él renombró como X cuando la compró para disparar en contra del proyecto del Congreso, difundiendo sus críticas con la etiqueta “kill the bill”, es decir, “derriba la ley”. Durante ese día Musk escribió 150 mensajes en su cuenta, seguida por más de 200 millones de personas, atacando el documento. En sus mensajes incluyó información falsa, como que el proyecto establecía un alza del 40% de la dieta de los congresistas (el reajuste sería del 3,8 por ciento). También difundió un mensaje de otra cuenta que aseguraba que el presupuesto traspasaba tres mil millones de dólares para la construcción de un estadio en Washington, lo que tampoco era real. El multimillonario sugirió, además, que cualquier representante o senador que aprobara la propuesta debía ser expulsado del Congreso en la próxima elección. La reacción de los seguidores y admiradores de Elon Musk fue automática, adhirieron a la causa del multimillonario, presionando a los representantes republicanos para romper con el acuerdo; finalmente lo lograron, los congresistas de la actual oposición se retractaron y añadieron nuevas exigencias para aprobar el presupuesto.

Entre el jueves 19 y el viernes 20 el Congreso discutió dos nuevas versiones de la propuesta elaboradas para satisfacer las nuevas exigencias. El viernes en la noche, justo sobre el plazo final, cerraron un pacto sin grandes variaciones respecto del original. Entre las partidas de dinero sacrificadas se cuentan las que reducirían el costo de medicamentos y financiarían investigación médica.

El magnate sudafricano que donó más de 260 millones de dólares para la campaña del actual presidente electo de Estados Unidos y obtuvo a cambio el nombramiento de encargado del “Departamento de eficiencia gubernamental”, creado para recortar el gasto público durante el próximo mandato de Trump, había demostrado, una vez más, el alcance de su influencia. En el plazo de tres días sometió al Poder Legislativo del país más poderoso del mundo a una crisis que humilló al presidente de la Cámara de Representantes, un republicano, quien era el artífice de la negociación inicial, y obligó a Donald Trump a reaccionar y apoyar las críticas al acuerdo. Finalmente, cuando el Congreso aprobó el nuevo proyecto, en un alarde de magnanimidad, escribió en su cuenta en X que había “prevalecido la voluntad del pueblo”.

Días más tarde, Elon Musk reorientó su interés político hacia las elecciones alemanas, dando su apoyo explícito en su cuenta en X al partido Alternativa para Alemania, es decir, a la ultraderecha de ese país. A través de la misma plataforma insultó al canciller en ejercicio, Olaf Scholz, llamándolo “necio”, y al Presidente Frank-Walter Steinmeier, a quien tildó de “tirano antidemocrático” por mencionar en un discurso los peligros de la injerencia extranjera en las próximas elecciones de febrero. Según reportes de prensa, Alice Weidel, la líder de Alternativa para Alemania, mantendría conversaciones con Musk para gestionar un apoyo mayor a través de una entrevista transmitida a través de X.

El despliegue de Musk va un paso más allá del oligarca tradicional que opera en la trastienda o a través del cabildeo al filo de la ley: impone su poder por sobre las instituciones como un espectáculo en donde él, además de poner la música que se debe bailar, diseña la coreografía y controla el volumen a su antojo, respaldado por una fortuna fuera de toda escala histórica anterior, y por el poder que le da la red social de su propiedad que usa como un megáfono de alcance mundial. Es el modelo de Trump llevado al éxtasis global: ni siquiera debió postular a un cargo de elección popular para ejercerlo. Musk es un magnate, pero, además, aspira a ser el líder de quienes en el mundo desarrollado se sienten derrotados por un sistema que los arroja a la periferia, cuestiona sus prejuicios -raciales, sociales, sexuales- y sus costumbres. El millonario sabe manejar esa veta de resentimiento de rostro blanco y corazón rubio que se extiende por Estados Unidos y Europa entre los defraudados y empobrecidos de las clases medias y bajas, con la destreza y la impunidad de sentirse por sobre cualquier control. Un águila que sobrevuela la muchedumbre y promete restablecer el orden perdido manipulando la narración de los hechos. Una nueva encarnación de poder con mayúsculas y signos de exclamación incluidos, una mala noticia para la democracia, el anuncio de un renovado estilo de señorío y vasallaje.

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