Columna de Óscar Contardo: La cultura alicaída

FERIA FRANKFURT


La feria del libro de Frankfurt es la más importante en su tipo del mundo. Lograr un espacio de importancia en alguna de sus versiones significa la posibilidad de ampliar la repercusión de obras locales, llevarlas de una circulación restringida, nacional o regional, a un público más amplio, incluso mundial, gracias a la concurrencia de editores, agentes literarios y traductores de todo el mundo y de todas las lenguas. El segundo semestre del 2021 el director de esa feria alemana visitó la embajada chilena para cursarle al país la invitación de honor para 2025: el centro de la edición literaria mundial tendría las obras escritas y publicadas en Chile como eje durante la versión de ese año. La embajada se contactó con las autoridades del Ministerio de las Culturas del gobierno que terminaba su período para anunciarles la noticia. Las autoridades salientes juzgaron que debían recibir la invitación y comunicarles la importancia y los alcances a los encargados nombrados por el gobierno que asumió en marzo de 2022. Así lo hicieron. Hubo una reunión con la subsecretaria a cargo del sector y luego con dos asesores. Nunca con la ministra del momento. La invitación permaneció, pero las autoridades aparentemente no juzgaron necesario hacer nada. Durante todo el año pasado no hubo ningún avance en las exigencias que significaba asumir el desafío de llegar a la feria de Frankfurt, como, por ejemplo, planificar la edición de un número de títulos publicados especialmente para la ocasión.

Esta semana se hizo público a través de la prensa que las nuevas autoridades decidieron rechazar la invitación alemana, argumentaron razones económicas, pero hay indicios de que más bien el desplante se debe al tiempo perdido. Organizar el envío significaría partir de cero, a pesar de que se conocía la invitación desde 2021, y el ministerio no está en condiciones de cumplir con las exigencias de Frankfurt. Esta decisión se suma al apresurado diseño que el ministerio hizo para asumir la invitación cursada por la Feria del Libro de Buenos Aires a la ciudad de Santiago. En esa ocasión también ocurrió que gracias a una nota de prensa el ministerio debió acelerar una organización que no estaba cuajando. El resultado de la representación nacional fue menos que mediocre. Aparte de notas de prensa a escritores consagrados -que se justificaban plenamente por su obra y trayectoria-, la participación capitalina careció de identidad y de fuerza, porque los ejes temáticos trazados no daban cuenta más que de conceptos áridos que no invitaban a leer, sino a pontificar y rizar unos rizos teóricos carentes de goce. Y la lectura es, principalmente, algo que se disfruta. Aclaro que no respiro por la herida, yo fui invitado, acudí, pero tengo el privilegio del apoyo de una editorial con sede en Argentina que me gestionó agenda de medios y reuniones, algo que no es usual para la gran mayoría de los autores. El punto no eran las individualidades, sino dejar establecida la ciudad de Santiago como una capital literaria, y eso no ocurrió.

En el caso de Frankfurt -una feria de editores y no de autores-, a la premura del tiempo que significaría asumirla ahora, y no desde hace un año, como debería haber sido, se suma el paro de funcionarios que aún no se resuelve y que haría imposible acelerar las gestiones necesarias para llevarlo a cabo. Además del escaso avance legislativo en las materias que le competen, el Ministerio de las Culturas enfrenta una pésima relación con sus funcionarios, que, entre otras cosas, acusan la carencia de una orgánica de funcionamiento interno como ministerio; tampoco cuentan con dotación suficiente para llevar a cabo las medidas políticas acordadas, ni con presupuestos para el total de las regiones. Uno de los sindicatos reclama que hay 8.654 proyectos sin cerrar y solo 12 funcionarios para evaluarlos, eso significa que cada uno debe encargarse de 721 proyectos. Por un lado, la precariedad laboral de personas trabajando a honorarios con responsabilidad administrativa durante más de una década, por otro, más de 30 asesores de una de las subsecretarías con sueldos que sobrepasan los tres millones de pesos.

En 2022 fue nombrada una nueva secretaria ejecutiva del consejo del libro, que fue acusada de maltrato laboral al poco tiempo de asumir. Luego de la denuncia, la recién asumida secretaria ejecutiva presentó una licencia médica que impedía reemplazarla. Los profesionales del consejo fueron dejados a la deriva durante meses. Muchos de ellos decidieron renunciar. Hoy, ese equipo, que hasta 2021 era de 22 profesionales, quedó reducido a 14 personas a contrata. Como consecuencia de esas renuncias actualmente no existe un coordinador formal a cargo de los fondos concursables, tampoco de la internacionalización del libro, es decir, no existe el enlace formal con Cancillería, ni con ProChile, ni con las ferias del libro extranjeras. Funcionarios de otras áreas han debido asumir esos trabajos, por el mismo sueldo, porque no se abrieron llamados a concurso para el cargo luego de las renuncias de los profesionales que asumían esas responsabilidades en plenitud, con el rango y sueldo establecidos. Curiosamente, una de las frases hechas que repetían en campaña quienes asumieron responsabilidades en cultura era la importancia del “buen vivir”, un concepto que a nivel de los funcionarios de la institución a estas alturas parece un sarcasmo.

La campaña del Presidente Gabriel Boric contó con el apoyo de la gran mayoría del llamado “mundo de la cultura”. Los más visibles y populares del mundo del teatro, la televisión y el cine. Figuras con las que el Presidente suele aparecer en reuniones públicas y domésticas como uno más en la mesa del té. Pero también fue apoyado por autores y autoras sin gran figuración, por trabajadores, técnicos, editores, correctores de prueba y todo el engranaje de aquello que se aludía, ampulosamente, como “industrias creativas”, una etiqueta muy usada durante su campaña, pero que suele ser más una aspiración que una realidad concreta para un sector empobrecido que sostiene su dignidad por la importancia simbólica de su trabajo.

La gestión del Presidente Boric debía marcar una diferencia con las anteriores, tanto por el discurso que sostienen sus ideas, como por su sensibilidad con el arte. Sin embargo, allí donde este gobierno debía brillar, no lo ha hecho. Lo que ha develado la crisis provocada por el rechazo a participar en la feria del libro de Frankfurt es mucho más que un desatino puntual, o un mal pensado ajuste presupuestario, es un patrón de errores en un sector que debió haber sido un símbolo de éxito y que no ha dejado de ser, desde la primera semana de gobierno, un foco de conflicto, una gestión opaca, mezquina en logros y dudosa en rumbo. Una fuente de desidia y frivolidad disimulada por selfies de buena ondita y actitudes sectarias que confunden el compadrazgo con la lealtad, y que intentan hacer pasar la confusión y la desidia, por profundidad y pragmatismo.

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