Columna de Óscar Contardo: La derecha youtuber
Hace poco más de tres años, la derecha en el gobierno se presentaba públicamente como heredera del triunfo de las fuerzas democráticas en el plebiscito de 1988, que cumplía tres décadas. Asumía con entusiasmo como propia la gesta de la opción No, que impidió que Pinochet extendiera su régimen por otros ocho años. La mayoría de quienes celebraban el aniversario habían apoyado la opción Sí en su momento, pero tenían una explicación para haber cambiado de opinión: según ellos, sólo con el paso de los años se enteraron de las atrocidades cometidas por la dictadura, es decir, de los centros de detención secretos en donde se torturaba, violaba y asesinaba, de las personas arrojadas al mar, de las operaciones para hacer desaparecer cuerpos; de todo lo que organizadamente ejecutó un régimen que entregó un país de 13 millones de habitantes con más de cinco millones de personas viviendo en la pobreza. De todo eso se enteraron con el paso del tiempo, informaban en 2018, mientras posaban en un patio de La Moneda, agitando banderitas del arcoíris del No. Como nunca estuvieron al tanto de lo que sucedía -aunque el resto del mundo sí lo sabía- habían apoyado la extensión del régimen, difundiendo la idea de que si ganaba en No, de inmediato el país caería bajo la órbita soviética y un jinete de la muerte recorrería el país.
Nada de eso sucedió.
En cuanto asumió, el gobierno democrático convocó a una comisión liderada por el abogado Raúl Rettig para elaborar un informe de verdad que pondría por escrito las atrocidades que tantos se esmeraron en negar. Cuando el Informe Rettig fue presentado, el general Pinochet, aún al mando del Ejército, lo rechazó en nombre de la institución. No recuerdo si alguno de los civiles que participaron del régimen lo criticó por negar los hechos involucrando con ello al Ejército. Lo que sí tengo claro es la imagen de muchos destacados dirigentes de la llamada centroderecha, celebrándole a Pinochet su cumpleaños en su casona, luego de su regreso de Londres y a pesar del descubrimiento de sus cuentas bancarias secretas bajo distintas chapas. El general golpista murió, nunca fue juzgado, tampoco totalmente enterrado.
Las promesas de modernidad democrática de la llamada nueva derecha liberal se pusieron a prueba durante el estallido, cuando ese sector guardó silencio frente a los informes de las violaciones a los derechos humanos ocurridas desde octubre de 2019. Enmudecieron durante meses, años y sólo volvieron a sacar la voz cada tanto, cuando los abusos ocurrían en el extranjero por Estados a cargo de gobiernos de izquierda. Sobre los muertos y mutilados nacionales, poco y nada. Tampoco sobre los desfalcos perpetrados por sus socios políticos.
Ahora, después de la primera vuelta presidencial, esa misma derecha liberal moderna y democrática acabó subiéndose a la ola del neopinochetismo enarbolado por una ultraderecha que los medios nacionales evitan nombrar como tal y que los liberales se empeñan en justificar, con maromas retóricas de todo tipo, para asegurarse alguna eventual cuota de poder si es que el viento sigue soplando a favor del nacionalismo religioso fóbico y populista. Quienes califican de extremista y radical un programa presidencial socialdemócrata, son capaces de apoyar un programa que propone, entre otras cosas, la persecución de adversarios políticos, la negación del cambio climático, el fin del programa de integración educativa para niños y niñas con necesidades especiales, una rebaja de impuesto insostenible y detenciones arbitrarias en lugares no habilitados para funcionar como cárceles. Un proyecto político que siembra la duda sobre la importancia de las vacunas para enfrentar la epidemia y que se desliza sobre falsedades distribuidas industrialmente por las redes sociales. Todo eso a la llamada derecha liberal moderna no les parece ni radical ni extremista. Tampoco el desprecio explícito por las organizaciones internacionales y por los derechos humanos como valor universal, un desprecio instalado en el corazón del programa presidencial de José Antonio Kast. Nada de eso les resulta sospechoso a quienes en algún momento posaron de modernos y evolucionados.
Las declaraciones de militantes y diputados electos del Partido Republicano durante esta semana demuestran la fuente de la que está bebiendo la derecha chilena en todas sus variantes. Pertenecen a grupos que durante años colonizaron los desagües de internet creando comunidades donde los discursos de desprecio y odio a las mujeres, a la diversidad sexual, a los pueblos originarios, a los inmigrantes y a todo aquel que piense diferente a ellos es la norma. Prometen recortes de derechos, vigilancia y mano dura. Ahora esa militancia subterránea ha abandonado las tuberías y ha salido a la superficie: es la nueva derecha youtuber neopinochetista, esa que está poniendo una música que la antigua derecha tararea como se hace con un ritmo conocido y familiar, un ritmo que había fingido olvidar, pero que llegado el momento, le provoca tal entusiasmo que le es imposible no rendirse a su encanto y lanzarse a bailar con él, como lo hacía en los viejos tiempos, cuando no era necesario rendirle cuentas a nadie, ni siquiera a su propia conciencia.
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