Columna de Óscar Contardo: La historia secreta de un diente



A veces alguien habla. Puede que ocurra años o décadas después de los hechos, cuando todo lo que aconteció pareciera perder gravedad por el tiempo transcurrido o por la distancia con los hechos. Eso hizo Gerard Soete, un policía belga que había iniciado su carrera a fines de los 40 en el Congo, cuando el enorme país africano transitaba desde dominio colonial europeo a su independencia, lograda finalmente en 1960. Soete conocía el secreto destino que había tenido Patrice Lumumba, el primer ministro de la naciente república, quien, a las diez semanas de asumir el cargo, fue depuesto y asesinado.

Lumumba, que tenía 35 años, fue víctima de una trama entre separatistas de una región rica en recursos minerales, y los gobiernos belga y estadounidense que reaccionaron con temor frente a la pérdida de influencia y a que sus intereses sufrieran perjuicio con una operación de inteligencia eficiente y brutal.

Según el veterano diplomático británico Brian Urquhart, la corona belga nunca pensó seriamente en abandonar el poder, y confiaba en mantener su influencia tal cual pese a la independencia. Así quedó demostrado durante la ceremonia de traspaso de mando cuando el rey Balduino habló en un tono paternalista y autocomplaciente, elogiando el rol que tuvieron sus antepasados, frente a una audiencia desconcertada por sus palabras. Lumumba le respondió con un discurso encendido, sin moderación alguna, enrostrándole las “ironías, insultos y golpes, que tuvimos que soportar mañana, tarde y noche porque éramos negros”. Los regentes europeos en retirada no contaban con el arrebato de una generación que juzgaba su dominio colonial y sus instituciones como una afrenta que debía terminar con rapidez. Hubo revueltas militares de la tropa local en contra de los oficiales belgas. La población europea residente huyó del país. Eran los tiempos de la Guerra Fría y el carismático y enérgico primer ministro -también descrito por Urquhart como un político inexperto y arrojado a sus emociones- era considerado una amenaza por las potencias occidentales: temían que se transformara en un Fidel Castro africano. Frente a ese peligro actuaron con celeridad, apoyaron a los rebeldes separatistas que capturaron a Lumumba y que lo mataron sin dejar rastros de su cuerpo. Nadie supo dónde había ido a parar hasta que Gerard Soete habló cuando ya estaba retirado de la policía. Primero le relató los hechos acontecidos tras la muerte de Lumumba a un investigador para una tesis doctoral que se mantuvo bajo embargo en los 80, luego a un autor y activista político para un libro en los 90 y enseguida en un reportaje de la televisión alemana. Sucesivamente contó que junto a mercenarios se encargó de desmembrar el cadáver del primer ministro para luego disolverlo en ácido sulfúrico. Conservó, eso sí, algunas pequeñas muestras de que había tenido contacto con el cuerpo, la única que mantenía en su poder era un diente con una corona de oro. Ese diente era “una suerte de trofeo de caza”, apuntó Soete en la entrevista para la televisión. Después de que las declaraciones del ex policía se hicieron públicas, la familia de Lumumba inició un proceso judicial para aclarar los hechos.

Esta semana, más de sesenta años después de la muerte del líder africano, el gobierno belga hizo entrega oficial a sus hijos del único vestigio que quedó del cuerpo de Patrice Lumumba. La ceremonia se transmitió por televisión. Alexander de Croo, el primer ministro de Bélgica, reconoció la “responsabilidad moral” de su país en la muerte del líder africano, un crimen que puede ser considerado una consecuencia más de una historia de colonización feroz: desde 1885 y durante 23 años el rey Leopoldo II gobernó el Congo como si se tratara de una hacienda personal, con un legado de explotación que significó, según distintos estudios, la muerte de cerca de 10 millones de personas por las enfermedades relacionadas con el hambre y el maltrato por el sometimiento a trabajos forzados. El país logró su independencia, cambió de regímenes y de nombre, pero las cosas nunca mejoraron del todo. Los conflictos internos han sido permanentes.

Bélgica es hoy uno de los 20 países más ricos del mundo, mientras el Congo, dividido en dos repúblicas, está actualmente entre los más pobres del planeta.

Gerard Soete murió en 2000, meses después de que su relato fuera transmitido por la televisión: en la conversación el ex policía se veía distendido, lúcido, hablando en un tono que, lejos de ser el confesional, era el de un autor de memorias que relataba el momento en que su vida se cruzó con el de la historia en mayúsculas. El miércoles pasado el diente de Lumumba fue trasladado en un ataúd hasta Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo, en donde fue depositado en un memorial. Era el final de una historia de esperanzas frustradas y de una operación de inteligencia que, como tantas, habría permanecido en secreto de no ser porque alguien habló cuando juzgó que ya no corría peligro hacerlo, cuando el daño provocado no tenía remedio.

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