Columna de Óscar Contardo: La leche derramada
Han pasado dos años y cinco meses que se sienten como una década. La mañana del 4 de julio de 2021 la ceremonia preparada para el inicio de la Convención Constituyente fue interrumpida. A unas calles de distancia del edificio del antiguo Congreso Nacional, en donde se desarrollaba el acto, un puñado de personas protestaba. Algunos de los representantes constituyentes iban y venían con noticias sobre lo que ocurría. Otros advertían, a los gritos, que la ceremonia comenzaría sólo si carabineros evitaba reprimir a los manifestantes. Tampoco querían que la orquesta de jóvenes encargada de abrir la ceremonia tocara el Himno Nacional. Por alguna razón les parecía inapropiado. Para la mayoría de los chilenos y chilenas que seguía la transmisión del acontecimiento esas fueron las primeras escenas de la flamante Convención.
Aquella era la primera vez en que se reunían quienes habían resultado elegidos después de un proceso demoledor para la derecha, que no consiguió asegurar el tercio de representantes que le hubiera permitido ejercer el poder de veto. Había sido también una derrota para los partidos tradicionales de centroizquierda, cuyos candidatos fueron opacados por los nuevos movimientos vinculados al activismo en causas indígenas, ambientales y disidencias sexuales. Durante la ceremonia de instalación quedó en evidencia el contraste entre un puñado de personas familiarizadas con el poder -hombres y mujeres vestidos formalmente- que permanecían en un rincón, y un grupo más numeroso de personas vestidas informalmente o con trajes tradicionales indígenas. Horas más tarde, Elisa Loncon asumía como presidenta con un discurso que inició en mapudungún, su primera lengua. Luego anunció en castellano: “Hoy se funda un nuevo Chile plural, plurilingüe, con todas las culturas, con todos los pueblos, con las mujeres y con los territorios, ese es nuestro sueño para escribir una nueva Constitución”.
El sueño no se hizo realidad.
La Convención comenzó a funcionar durante un gobierno que apenas colaboró para que cumpliera su cometido. Además, tuvo en contra a las fuerzas conservadoras que a través de los medios de comunicación afines y de las redes sociales, con una estrategia tan despiadada como hábil, supieron mantener un relato hostil a su trabajo. Que sucediera así era lo predecible. Esperar otra cosa habría sido una ingenuidad pasmosa. Sin embargo, la Convención jamás tuvo un plan comunicacional coherente para contrarrestar a los adversarios y mantener una vía de contacto con los votantes.
La percepción de que la labor de los constituyentes era desprolija, difundida por sus opositores, no tardó en cundir, y acabó encontrando respaldo en los hechos cuando el 4 de septiembre de 2021 La Tercera publicó un reportaje sobre Rodrigo Rojas Vade, uno de los miembros más populares de la Convención. Rojas Vade había cobrado notoriedad durante las protestas de 2019, cuando apareció calvo y demacrado marchando y enfrentando a la policía durante las manifestaciones que siguieron al estallido. Según él, estaba enfermo de cáncer. Eso repitió en entrevistas y en sus redes sociales, en donde mantenía una bitácora de sus padecimientos y sus sesiones de quimioterapia. Luego fue reclutado como candidato por la Lista del Pueblo. El reportaje de La Tercera demostraba que todo lo que Rojas Vade había contado era mentira, que nunca tuvo cáncer. La mesa directiva de la Convención reaccionó tardíamente frente a la evidencia presentada. El daño a la credibilidad de la institución estaba hecho. Pocas semanas después, la Lista del Pueblo, uno de los pactos más votados en la elección, acabaría disolviéndose producto de conflictos internos por mal manejo financiero, enturbiando -a su paso- la labor de los constituyentes elegidos en la lista del movimiento. Lorena Penjean, la periodista encargada de las comunicaciones de la Convención, renunció en febrero de 2022 con una dura declaración: “He llegado a la conclusión de que no existe la cohesión interna ni la voluntad que se requiere para desplegar una estrategia comunicacional profesional y acorde a la magnitud del desafío. Un plan de comunicaciones a la altura de la ciudadanía”.
Hubo momentos confesionales, dinámicas de grupo y sahumerios. La idea de que el lenguaje creaba realidad era repetida como un mantra, y arrojaba sombra sobre el trabajo serio y silencioso de especialistas y convencionales más discretos. Lo que aparecía públicamente era una ciénaga de palabras y de ideas que operaron como un lastre para el objetivo final, como el caso de la “plurinacionalidad”.
De un lado, un grupo de convencionales de izquierda que exigían cambios radicales con propuestas altisonantes en declaraciones que revelaban un individualismo competitivo mal disimulado. Del otro, las personalidades de la derecha más extrema, que como no contaban con los votos para frenar las nuevas propuestas, desprestigiaban el proceso con burlas y bulos. Para abril de 2022 la Convención era percibida como un ente ajeno y lejano por una opinión pública agobiada por la crisis económica provocada por la pandemia. Sin embargo, la mayoría de los convencionales parecía no caer en cuenta de que el ambiente social había cambiado desde el estallido, que los vientos ya no soplaban a su favor y que no dejarían de hacerlo pese al cambio de gobierno. La derrota de la propuesta constitucional de 2022 puede ser interpretada como el resultado de la estrategia exitosa de un sector del país, el más poderoso, que usó todos sus recursos para dar vuelta un escenario adverso, lográndolo de manera impecable, pero también como la derrota colosal de unas izquierdas confundidas por el destello de su propia torpeza, carentes de disciplina e ignorantes de los indicios de la historia y del talante del pueblo al que aspiraban representar.
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