Columna de Óscar Contardo: La libertad arrasa

FILE PHOTO: Donald Trump Watches SpaceX Launch its sixth test flight of Starship Spacecraft


Donald Trump, el Presidente del país más poderoso del mundo, asumió su segundo mandato rodeado de algunos de los hombres más ricos del momento. Un puñado de magnates con fortunas a una escala nunca vista, que además de dinero disponen de información pormenorizada sobre cientos de millones de personas que día a día utilizan los ingenios digitales que ellos controlan, modelando formas de ver la realidad y de reaccionar frente a ella, y logrando establecer patrones de comportamiento de individuos y comunidades a la velocidad de un parpadeo de pantalla. Elon Musk, uno de esos hombres, asumió como parte del nuevo gobierno en un cargo a la medida. Durante una ceremonia pública y en un arrebato de algarabía por haber logrado una nueva cuota de poder que, según él mismo ha declarado, usará para cumplir su sueño de colonizar Marte, Musk se llevó la mano derecha al pecho dos veces, para consecutivamente extender el brazo y la palma recta al frente y arriba, en un gesto idéntico al saludo marcial usado por los fascistas y los nazis en Europa durante la primera mitad del siglo XX. La interpretación del saludo de Musk fue automática y global, sobre todo teniendo en cuenta que el millonario está apoyando al partido ultraderechista Alternativa para Alemania en las próximas elecciones de ese país. Frente a las interpretaciones de su saludo, Musk respondió que de nazi nada, que solo era una manera de agradecer, enviando simbólicamente, con su mano, su corazón al público que lo aclamaba. Javier Milei, el Presidente argentino, quien también asistió a la inauguración del nuevo mandato de Trump, vio en las críticas a Musk una oportunidad para defenderlo del modo en que lo haría un súbdito leal, y escribió en su cuenta de la red social X -propiedad de Musk- un mensaje que lisonjeaba al sudafricano y atacaba a sus detractores con similares dosis de intensidad. El mensaje tenía como título “Nazi las pelotas” y advertía a la “progresía internacional” y al “wokismo” que “los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la libertad”, puntualizando la reflexión con la siguiente frase: “Zurdos hijos de puta, tiemblen” (en su redacción original no incluía la coma del vocativo). Horas más tarde, el mandatario argentino usaría el foro económico de Davos para vincular la pedofilia y el abuso de niños y niñas con personas homosexuales, una declaración ponzoñosa y falsa: la orientación sexual de las personas -hétero u homosexual- no está relacionada con conductas abusivas, de hecho, la mayor parte de los abusos ocurren de parte de varones heterosexuales. Para citar solo un estudio realizado entre 2005 y 2006 por el Departamento de Salud y Servicios Humanitarios de Estados Unidos estableció que menos del uno por ciento de casos de abuso infantil analizados eran cometidos por hombres adultos considerados homosexuales. En ese gran 99 por ciento restante se ubicarían personas consideradas heterosexuales, sujetos como Germán Kiczka, legislador provincial argentino de La Libertad Avanza, la agrupación política de Milei, quien enfrenta cargos por producción y tenencia de pornografía para pedófilos. Kiczka y su hermano usaban su poder para abusar de niñas de su provincia, Misiones, una de las más pobres de Argentina.

Mientras Milei hablaba en Davos, los seguidores de Donald Trump acusaban de “wokismo” y de “radical de izquierda” a una obispa de la iglesia episcopal de Washington -los anglicanos de Estados Unidos-, quien durante un servicio religioso le pidió a la autoridad recién asumida que tuviera misericordia con los migrantes, con los hombres gays, las mujeres lesbianas y con los niños y niñas transgénero, porque estaban atemorizados. Aunque solo pidió “piedad”, la solicitud de la religiosa fue interpretada por el actual oficialismo norteamericano como un ataque al recién asumido Presidente, quien le exigió que se disculpara.

Aún no sé qué tiene en mente la gente como Trump o Milei cuando invocan la palabra “woke” o “wokismo” para descalificar a sus adversarios. Sé cuál es el origen del concepto, entre población de personas negras de Estados Unidos conscientes o “despiertas” frente a la discriminación racial por parte de las instituciones del país, pero su aplicación actual no tiene bordes y es usada con total desparpajo. En adelante “woke” se transformó en una burla fácil de usar, una especie de insulto difuso que a estas alturas puede ser cualquier cosa, como quedó de manifiesto esta semana: exigir atenerse a los hechos y a los datos o pedir un poco de piedad por el prójimo puede ser catalogada como conducta “woke”, y en tanto tal, merece un ataque cerrado.

El nuevo mandato de Donald Trump se anuncia como el inicio de una nueva era, la de los oligarcas de la tecnología que lo acunaron en la ceremonia inaugural, componiendo un cuadro de época sublime y sombrío; la de los líderes políticos autoritarios que dividen el mundo entre amigos libertarios y enemigos zurdos, proyectando una ira desbocada y enfermiza; la de sujetos carismáticos de psicologías reventadas que encarnan la rabia de naciones que buscan el futuro en el desquite contra los más débiles; la de un mundo en el que palabras como “libertad” y “patria” han sido vaciadas de sentido e infladas con intereses privados disimulados como causas públicas; la de un camino en reversa para los derechos alcanzados por las mujeres, las minorías y las comunidades más frágiles en las democracias liberales; o la era en que no vale la pena distinguir los hechos de las opiniones, ni la ciencia de las convicciones arbitrarias, porque el conocimiento puede llegar a valer menos que la ignorancia. Los nuevos tiempos se anuncian como una resaca de escenas ya vividas, como un antiguo padecimiento que regresa para imponerse con la violencia del amo despechado, un período para buscar entre los errores cometidos por las fuerzas políticas con vocación genuinamente democrática el alimento para mantener la esperanza.

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