Columna de Óscar Contardo: Las artes visuales y polémicas envenenadas

La importancia de Mon Laferte en la escena cultural es clara. Es la cantante y compositora chilena viva más reconocida a nivel latinoamericano. Desde México ha construido una carrera brillante. Laferte, como tantos artistas, ha explorado otras formas de expresión en las artes visuales. En este registro su carrera pública lleva menos tiempo que en la musical, pero ha avanzado en reconocimiento. El trabajo de Mon Laferte, su talento, la dura biografía que la precede -como la de tantas chilenas y chilenos de origen popular- no están en discusión. Nunca debió estarlo. La responsabilidad de que ella se haya visto envuelta en una situación bochornosa, como la ocurrida a partir de la muestra en Valparaíso, hay que buscarla en otro lugar.
La exposición en el Parque Cultural de Valparaíso fue una gestión de la productora Fundación Teatro a Mil, a cargo de una exposición anterior de la obra plástica y visual de la artista. Con la de Valparaíso, Laferte ya suma tres muestras en centros culturales públicos en dos años, las otras fueron en el GAM en 2023 y en Matucana 100 hace un mes. La fundación mantenía en bodega las obras y aspiraba a encontrar un nuevo lugar donde remontarla. Lo logró. También logró que a la inauguración de esta última exposición en el Cerro Cárcel acudieran el Presidente Gabriel Boric y la ministra de Cultura, Carolina Arredondo. No es habitual que un mismo artista presente exposiciones así de cercanas en tres espacios de tanta visibilidad -GAM, Matucana 100, Parque Cultural Valparaíso- ni que en dos de esas muestras se cobrara entrada (a pesar de ser espacios públicos). Todo esto, insisto, escapa a la voluntad de Laferte. El punto del cobro de entrada es relevante de destacar, porque los espacios culturales reciben fondos del Estado y su misión es acercar la creación a ese enorme sector de la población para el que la barrera del dinero es a veces insalvable. Que la productora necesite costear todo lo que implica el montaje -bodega, traslados, instalación técnica, curatoría- es atendible, pero aun así no deja de ser un asunto que merezca discusión, sobre todo en las actuales circunstancias por las que pasa la escena cultural chilena y que tan bien se ejemplifican con el estado del Parque Cultural Valparaíso, que atraviesa no solo por una crisis financiera grave, que no se ha mencionado en esta polémica, sino también por una crisis de gobernanza: el centro no tiene director ejecutivo y quien ejerce esas funciones es la actual presidenta del directorio. Un asunto anómalo.
La manera en que la exposición fue acordada con Fundación Teatro a Mil acabó dañando aún más a la institución: según una carta firmada por alrededor de 500 artistas, curadores, profesores, editores y críticos, el encargado de programación del centro fue desvinculado por considerar que la muestra que traía la productora afectaba el calendario de los otros artistas. Hasta el momento en el que escribo este texto, la versión del ahora exprogramador no ha sido desmentida por las autoridades. Es decir, la persona encargada de ejercer un rol específico fue desautorizada y expulsada por defender justamente el objetivo de su trabajo. Un gesto así es demasiado contundente, no solo para el especialista despedido, sino para los artistas cuyas exposiciones fueron desplazadas. Alguien aquí abusó del poder y la influencia que tiene en el ámbito cultural y político, y ese alguien no fue Mon Laferte.
Aún recuerdo el funeral de Guillermo Núñez, premio nacional de Arte, quien fue velado en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, es decir, en la misma comuna de La Moneda y del gabinete de la ministra de Cultura. Pese a la cercanía geográfica, ninguna autoridad tuvo la delicadeza de ir a presentar sus condolencias. El gobierno tiende a confundir compromiso con el arte con inclinación a fotografiarse con celebridades.
Gran parte de la comunidad de artistas visuales, críticos y académicos había estado atenta a lo que estaba ocurriendo con la exposición en Valparaíso. La crítica al procedimiento para programarla, sin embargo, fue opacada por el análisis de la obra de Mon Laferte y su condición de estrella del espectáculo. Creo que haber hecho foco en la figura de Mon Laferte fue un error de esta comunidad, porque al hacerlo distrajeron la atención del fondo del problema: las dudas que surgen sobre el rol y la gestión de una institución cultural de financiamiento público y el de una productora con un gran poder en el medio de las artes escénicas. Aún más, al hacerlo les entregaron herramientas a quienes no están dispuestos a discutir el asunto de fondo. El tema acabó en una polémica infértil que hizo de la crítica atendible una caricatura para hinchadas: de un lado, artistas esnobs y privilegiados; del otro, una mujer que ha hecho su carrera a pulso. Los artistas visuales del país han quedado frente a la opinión pública como un grupo clasista de envidiosos. Y este no es el caso. La gran mayoría apenas sobrevive de su obra, y no por flojera o falta de talento. El descontento es con un gobierno que a falta de una política cultural clara ha parchado su pésima gestión en el área con golpes de efecto. Porque si vamos a hablar con honestidad de clasismo en el medio, tendríamos que abrir un tema en donde el origen de clase y las redes políticas de poder se funden en decisiones muchísimo más importantes que una exposición de arte: nombramientos en cargos clave en donde las relaciones sociales importan más que la experiencia y el conocimiento; obtención discrecional de fondos a los que nadie más tiene opción de llegar, y acceso a cargos por simpatías políticas.
La polémica de Valparaíso podría haber servido para una reflexión seria, pero fue conducida hacia la vertiente populista y tramposa a la que todo tema tiende en los tiempos que corren: un buen gancho -los envidiosos burgueses contra la exitosa de origen popular- y la reacción iracunda automática de una barra brava. Lo trágico es que esto ocurra durante un gobierno que les prometió tanto a los artistas y que ahora está ayudando a que se los insulte en masa tan solo por pedir un poco de respeto a su trabajo.
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