Columna de Oscar Contardo: Las bestias del barrio

ingrid olderock


En noviembre de 2001 la revista Crítica Cultural publicó la extensa entrevista que le concedió la mayor de Carabineros en retiro Ingrid Olderock a la periodista Claudia Donoso y a la fotógrafa Paz Errázuriz. Olderock, exagente de la Dina y mujer de confianza de Manuel Contreras, había muerto en marzo de ese año, meses después del encuentro con sus entrevistadoras. La muerte de Olderock apenas recibió cobertura de los medios masivos.

Donoso y Errázuriz dieron con ella de casualidad. Ambas habían iniciado un proyecto con entrevistas a víctimas de represión y tortura, cuando un día cualquiera vieron pasar a Olderock por la calle, con la apariencia de quien va rumbo a sus compras del día; la periodista y la fotógrafa sabían quién era esa mujer por una razón simple: a diferencia de la inmensa mayoría de los torturadores, cuyas identidades fueron mantenidas en secreto y jamás enfrentaron a la opinión pública, la figura de Ingrid Olderock era conocida desde 1981, cuando, baleada en la cabeza en su propia casa, ella diría que el ataque fue organizado por sus antiguos compañeros de servicio para acallarla. A partir de ese momento, apareció en distintas oportunidades en los noticieros de televisión y revistas, fijando en la memoria de quienes vivieron esa época su rostro lleno, enmarcado en una melena muy corta.

Donoso y Errázuriz la vieron pasar, la siguieron y descubrieron que vivía relativamente cerca de la periodista. Era una casa cualquiera, en un barrio cualquiera. Ese detalle fue importante, porque, de hecho, la entrevista fue publicada bajo el título “A la vuelta de la esquina”. No era un asunto irrelevante subrayar ese aspecto: tendemos a pensar que lo ominoso ocurre lejos, en sitios con una apariencia especial que anuncia el espanto, y que los monstruos resultan fácilmente reconocibles por un aspecto amenazante o un talante antipático que advierte un comportamiento abyecto. Pero la mayor parte del tiempo no es así. De hecho, la llamada “Venda Sexy”, el centro de detención en donde Olderock puso en práctica su método de tortura, era una casa común y corriente en un barrio de clase media; la propia Olderock, con su semblante inexpresivo y su cuerpo rollizo, podría haber pasado por una jubilada inofensiva dedicada a criar canarios y perros.

En la entrevista, ilustrada con retratos de la exagente de la Dina tocando el acordeón, Olderock nunca reconoce los delitos que se le imputaron y por los que quedó impune, entre otros, entrenar a un perro para que violara a mujeres y hombres detenidos. Era predecible que negara los hechos descritos por las víctimas, Claudia Donoso no esperaba lo contrario, lo que buscaba, intuyo, era mostrar el personaje: así se ve una torturadora. Lo interesante del texto, por lo tanto, no reside en una confesión, sino en el modo en el que el relato de la entrevistada trenza momentos aparentemente inofensivos con escenas perturbadoras, como cuando recuerda la ocasión en que acompañó a un famoso predicador evangélico a visitar el centro de detención Tres Álamos y, como si se tratara de una actividad de recreación, cantaron, regalaron discos y repartieron biblias de regalo entre los prisioneros políticos que eran sometidos a tormentos con regularidad. En la entrevista lo único que Olderock admite es haber presenciado torturas como “la parrilla”, por ejemplo, o haber visto cómo encerraban a personas “en un cajón encuclillados día y noche” o maltrataban “a los hijos chicos” para provocarles sufrimiento. Lo dice como quien describe una actividad que de tan rutinaria no valiera la pena detallar.

Bestia es el nombre del último cortometraje animado chileno nominado a un premio Oscar. El relato de la película está inspirado en la historia de Ingrid Olderock. La nominación de Bestia ocurre meses después de una campaña presidencial en la que, como no sucedía en décadas, los crímenes cometidos durante la dictadura fueron relativizados y la responsabilidad de sus autores atenuada hasta el límite de la banalización. Luego del anuncio de que una nueva película chilena era candidata a la premiación más célebre del cine norteamericano, aparecieron las críticas sobre la recurrencia que tienen en los guiones nacionales las historias inspiradas en la dictadura. Una crítica habitual entre personas que o apoyaron la dictadura o simplemente no “creen” que lo ocurrido hubiera sido tan grave, como si se tratara de un asunto de fe. Tal como Olderock sugiere en la entrevista a Claudia Donoso, consideran que lo mejor es pasar la página, como si se tratara de un asunto clausurado y no de un episodio extenso de nuestra historia, en donde centenares de personas pagadas por el Estado cometieron miles de crímenes abominables sin haber enfrentado nunca a la justicia. Como si los monstruos alguna vez hubieran desaparecido, cuando ha quedado demostrado que nunca se fueron, solo permanecían silenciosos, a la espera del mejor momento para irrumpir nuevamente en escena. La dictadura y todo el daño que provocó seguirá presente en libros y películas durante generaciones, porque, a fin de cuentas, el arte acabó transformándose en el único refugio posible para eludir las mordeduras de la persistente impunidad y soportar la manera en que la justicia se encoge frente al rugido de las bestias.