Columna de Óscar Contardo: Las víctimas que importan
Hasta el momento, el gobierno nunca ha demostrado genuina preocupación por el estado de la denunciante de Manuel Monsalve. Todas las declaraciones a propósito de la mujer que acusa al ex subsecretario del Interior de violación han sido reactivas al emplazamiento de la prensa y de la oposición. Tras la entrevista brindada por su padre, a costa del resguardo de su propia identidad, ha quedado clara la manera hostil en que la funcionaria fue tratada.
Lo que marcó la displicencia del Ejecutivo con ella fue la imagen de Monsalve anunciando su renuncia al cargo para ocuparse de su defensa. En el gobierno nadie advirtió la gravedad de lo que estaba ocurriendo: el encargado de seguridad nacional acusado de violación que se va cuando quiere y lo comunica desde la casa de gobierno. A estas alturas resulta imposible creer que su salida estaba planificada, es evidente que al oficialismo no le convenía que el asunto se hiciera público justo antes de las elecciones municipales y que el subsecretario solo renunció porque La Segunda publicó la noticia sobre la acusación. Alguien decidió esperar demasiado, sin tener jamás en mente a la denunciante y su familia.
El Presidente Boric no consideró el bienestar de la presunta víctima durante la conferencia de prensa de 55 minutos que brindó cuando Monsalve ya había renunciado. A la luz de lo improvisada y absurda de esa intervención, lo único posible de concluir es que el objetivo del Presidente era sugerirle al país que él siempre actuó con las mejores intenciones cuando habló con el subsecretario y lo mantuvo en su puesto. Un brote de oratoria sinsentido disfrazado de “transparencia”, que en su momento fue defendido con furia por un grupo del oficialismo que más que apoyar un gobierno rinden culto a la personalidad del Mandatario. Si el Presidente hubiera tenido en mente a la mujer denunciante y a su familia -el sufrimiento, el miedo, el abandono- no hubiera hecho lo que hizo la tarde en que su encargada de prensa intentó protegerlo y él la reprendió públicamente. La misma línea ética continuó cuando desde La Moneda intentaron instalar que el Presidente había sido “traicionado” por el subsecretario Monsalve. Con ese mensaje se apelaba a que la opinión pública considerara a la máxima autoridad no como un Mandatario que debe asumir responsabilidades, sino como alguien que ha sido ofendido y, por lo tanto, merece nuestra compasión. La estrategia fue aún más allá cuando un grupo de mujeres decidió reunir firmas de apoyo a Carolina Tohá, ministra del Interior, como una manera de defenderla de las críticas de la oposición por su desempeño en el caso. La presunta víctima de Monsalve en estos dos últimos ejemplos simplemente desaparece de escena, es invisible, no existe, o peor que eso, no importa. Quienes importan son los que tienen el poder, o más bien, lo único que importa es el poder.
Luego de los resultados de la última elección municipal, el Presidente Boric convocó al oficialismo a una reunión en la residencia oficial de Cerro Castillo. Tomás Hirsch, presidente de Acción Humanista, acudió al encuentro y en una entrevista de televisión relató que tuvieron una reunión de dos horas al final de la tarde y luego el anfitrión los invitó a un asado que duró hasta la madrugada. Personalmente, me sorprendió que tal cosa hubiera ocurrido y que se hiciera pública no por un asunto económico sobre el financiamiento del asado, tampoco porque crea que el Presidente y el gobierno se deban privar de sus hábitos, menos aún por sequedad de pensamiento -como lo describió en sus redes sociales la madre de un actual ministro-, sino simplemente porque dadas las circunstancias, y después de que a través de la prensa se conocieran detalles del caso, habría esperado un mínimo gesto de recato, algo distinto a un asado de trasnoche entre dirigentes y autoridades de gobierno, mal que mal, una mujer que había trabajado con ellos estaba sufriendo y su vida estaba siendo expuesta. No es mojigatería ni moralismo, es compasión. Nuevamente, nadie pensó en lo que estaría pasando la presunta víctima ya expulsada de los círculos de poder.
Las personas que sufren abusos sexuales deben sobreponerse no solo al daño directo, sino también a un vallado cultural que parece nunca terminar y que se encarga de castigarlos cada vez que deciden hablar, sobre todo si con su testimonio apuntan a sujetos poderosos y miembros de una institución que los protege. Lo sé, porque, por razones de trabajo, conocí a muchos sobrevivientes de abuso, personas muy distintas entre sí. En todas las historias que registré era posible establecer patrones en la manera en que las instituciones funcionaban frente a sus demandas: intentan silenciarlos, desprestigiarlos, amedrentarlos o derechamente atacarlos. Para quienes denuncian, el hecho de tener como única prueba del crimen cometido en su contra el trauma del propio cuerpo violentado es un nudo imposible de desatar. Parte del oficialismo ha estado tensando ese nudo.
El actual gobierno asumió el poder luego de una campaña en donde palabras como solidaridad, dignidad, empatía y feminismo se invocaban con énfasis religioso. Sin embargo, la forma en que ha tratado el llamado caso Monsalve ha hecho estallar ese discurso en el que muchos creímos. La manera en que la presunta víctima ha sido maltratada, según relató su padre, y el modo en que el gobierno ha evitado asumir las responsabilidades políticas por el pésimo manejo que ha tenido del caso, revelan de qué madera estaban hechas las promesas de campaña y de qué metal quienes las ofrecían. El caso Monsalve ha logrado que todas las virtudes declaradas hayan quedado reducidas a escombros, en los que se distinguen despojos de clasismo y misoginia, y un basural de sectarismo hipócrita y violento que muchos intentan hacer pasar por lealtad.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.