Columna de Óscar Contardo: Los verdaderos dueños del éxito

Una trabajadora de la salud prepara una vacuna de Moderna en el hospital San Juan de Dios en Pamplona, España.
Foto: AP


El proceso de vacunación en Chile ha sido destacado internacionalmente y le ha brindado alivio a un gobierno que a estas alturas yace respirando con la dificultad de los vencidos, sobreviviendo bajo un toque de queda sospechosamente extenso. Tal como en las películas, la vacunación ha resultado ser el sonido de último minuto emitido por una maquinita que sondea signos vitales, señalando con un timbre agudo que, a pesar de todo, el paciente está con vida.

La cantidad de personas inoculadas en relación a la población total pone a nuestro país a la cabeza de un proceso que internacionalmente ha sido pantanoso por diversas razones, la más evidente es la diferencia en el acceso a la vacuna entre países ricos y países pobres. Otras razones para el retraso son las trampas internas de cada Estado para poner en marcha un proceso que requiere contar con una capacidad que no se puede improvisar: la combinación entre ciencia y política puesta a prueba en un ámbito tan concreto como el sanitario. Cuando el diálogo no existe o es perturbado por intereses privados y metas de corto alcance, todo se traba. Cuando la conversación fluye en una perspectiva de bien común, la maquinaria cumple su cometido.

Con la vacunación Chile dio un salto virtuoso repentino, el gobierno celebró, la población general por fin tuvo una buena noticia después de dos años agotadores. La pregunta es ¿cuál es la fortaleza que ha permitido que esto suceda tal como está ocurriendo?

Una nota reciente del diario El País de España, que celebra la experiencia local de vacunación, arranca citando al propio ministro de Salud, Enrique Paris, quien asevera que “este es un logro del Estado, no del gobierno”. Una frase clara que refrenda la importancia de la Atención Primaria de Salud en el proceso, un área que había sido mantenida al margen del control de la epidemia durante los primeros meses de la crisis, cuando según los expertos podría haber cumplido un rol fundamental para frenar la expansión del contagio del coronavirus. La autoridad de Salud del momento no contempló esa fortaleza y sólo en junio incluyó al sistema de atención primaria en la labor de trazar los contagios.

Otro punto revelador para evaluar de quién son los créditos del proceso de vacunación apareció hace una semana en un artículo publicado por El Mercurio. La nota relataba los pormenores del contrato firmado por la PUC con el laboratorio chino para asegurar la vacuna Sinovac. Según esa información, el gobierno estuvo lejos de haber empujado el acuerdo y facilitado los fondos. Es más, lo que queda de manifiesto es que, de no haber sido por la insistencia y la habilidad política de Ignacio Sánchez, rector de la PUC, tal vez la historia habría sido diferente. Para que el acuerdo llegara a puerto, el rector Sánchez tuvo que elevar solicitudes a la Secretaría General de Gobierno, hablar con el jefe del Segundo Piso de La Moneda, con el director de Presupuestos, con el ministro de Hacienda y “enviar recados al Presidente”. Después de todas esas gestiones, lo que se consiguió no fue el total del dinero necesario, sino la promesa de conseguir parte de la suma que le permitiría al país asegurarse 20 millones de dosis anuales durante tres años a un precio rebajado. Es decir, aunque la PUC le estaba dando la salida a la crisis al gobierno, este, en lugar de allanarle la ruta, sólo le concedió una especie de desafío para juntar los fondos: el Estado pondría cuatro millones de dólares solo si la universidad se conseguía por otra vía los dos millones de dólares que completaban el total de seis millones exigidos por el laboratorio chino. ¿Qué hubiera pasado si el rector Sánchez no se involucra? ¿O si un rector de sensibilidad política diferente hubiera ido con una solución parecida al Segundo Piso? ¿Cuál es la perspectiva con la que el gobierno está mirando los acontecimientos?

Las desafortunadas declaraciones de Lucas Palacios, el ministro de Economía, sobre los profesores a propósito de la reapertura de las escuelas cerradas por la pandemia, responden en parte a estas últimas preguntas. En la práctica, Lucas Palacios trató de flojos a los profesores, por la oposición del gremio docente a abrir las escuelas en marzo. Lo hizo en un tono de chanza y desde la jefatura de una cartera que, para estos efectos, es secundaria. La de Palacios se suma al rosario de declaraciones que revelan una cultura interna de gobierno que parece no haber cambiado un ápice desde los acontecimientos de octubre de 2019: autoridades que analizan la realidad desde sus experiencias privadas, simplificando con frivolidad suprema situaciones complejas y reduciendo toda dificultad humana a un dato económico; gestos y decisiones, la mayor de las veces, superficiales y mezquinos, como la decisión de cambiar la prioridad de los enfermos crónicos del calendario de vacunación en beneficio de intereses privados.

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