Columna de Oscar Contardo: Otra Era

jornada de votacion
Colegio San Francisco del Alba de la comuna de Las Condes. (Foto: Andrés Pérez)


Las predicciones para la Convención Constitucional eran otras, muy distintas. Se suponía que una lista única de la derecha fortalecería el sector en contraste al debilitamiento de la oposición de izquierda disgregada. No fue así. Mientras escribo este texto, el oficialismo alcanza 38 escaños, muy lejos de los 52 necesarios para completar el tercio que le permitiría bloquear propuestas. Lo que finalmente ocurrió no estuvo en ninguna predicción, tal vez porque todas ellas fueron elaboradas bajo los parámetros de un mundo que se acabó, que ya no está, que se derrumbó, pese a la insistencia de quienes querrían verlo en pie, o construir una simulación que se le parezca, para así mantener de su lado el favor de quienes solían sostener las riendas del poder tensas y a su antojo. Ni los millonarios aportes recibidos, ni la visibilidad mediática fueron suficiente combustible para impulsar los discursos de un sector que, en los hechos, no querría cambiar nada. Ya había pasado durante el plebiscito pasado, cuando el eslogan “rechazar para reformar” fue usado como un abracadabra discursivo tan vacío como tramposo. Finalmente, solo votaron por el Rechazo quienes querrían hacer algo imposible: volver el tiempo hasta día 17 de octubre de 2019 y permanecer ahí.

Al parecer los expertos no saben auscultar las señales de esta nueva realidad. Como quien traduce un texto de una lengua extranjera con el diccionario equivocado, las proyecciones arrojaban un panorama que fue desmentido por los hechos. No es la primera vez que sucede, solo que en esta ocasión fueron contrariados por una votación cuya consecuencia será enorme, rotunda, y significará un cambio que perdurará durante décadas. La composición de la Convención Constitucional no se parecerá a nada de lo visto en el Congreso desde el retorno a la democracia, pero se acercará muchísimo más al rumor de la calle que la impulsó, con una cantidad de convencionales independientes que sobrepasó las expectativas. Es posible, incluso, que la Ley de paridad de género deba ser usada para corregir la sobre-representación femenina y beneficiar a candidatos varones que se estarían quedando fuera por la contundente irrupción de las mujeres.

Comienza una nueva era que, sin embargo, mantiene los problemas de siempre: hasta la hora del cierre de esta nota las proyecciones indicaban que menos del 50 por ciento del padrón electoral participó de la elección más importante desde el retorno a la democracia, con una escandalosa diferencia de convocatoria electoral entre las comunas de altos ingresos y las de menores recursos. Que los más pobres continúen mirando desde una vereda distante, sintiéndose ajenos a los momentos en que se toman decisiones políticas, no solamente es un signo de nuestra desigualdad estructural y nuestra convivencia dificultosa, sino también una señal de que nuestra democracia tiene una enorme labor pendiente: la responsabilidad de enfrentar esa fractura es una demanda ética que exige prioridad inmediata.