Columna de Óscar Contardo: Superficies resbaladizas

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"El mejor homenaje a Salvador Allende no consistía en comprar una casa que transforme sus ideales en piezas de un museo, o disponga sus pertenencias en la estrechez de una habitación que nunca fue pensada para recibir público".

La figura del expresidente vuelve a quedar dañada por la fallida compra por parte del Estado de la casa de Guardia Vieja. Una idea sin más argumentos que la aspiración de que la propiedad de un inmueble de la familia Allende fortalecería la importancia de la democracia. Nadie indica nada sobre la colección que albergaría -¿archivos personales?- y la manera en que dialogaría con el Museo de la Solidaridad y la espléndida colección de arte contemporáneo formada durante la Unidad Popular y, luego, en el exilio, durante la dictadura.



La admiración del Presidente Gabriel Boric y de las dirigencias del Frente Amplio por la figura del Presidente Salvador Allende ha sido declarada en discursos y documentos desde mucho antes de alcanzar el gobierno. Aún más, durante la campaña presidencial hubo un intento de rescatar las estéticas que empaparon el proyecto de la Unidad Popular, como la revalorización de la gráfica de los hermanos Larrea, cuyos diseños acabaron representando esa época. La imagen de un joven de pie sobre la copa de un árbol podría haber sido la tapa de alguna edición de Quimantú o portada de la revista Cabro Chico. Los guiños han aparecido cada tanto de manera explícita o implícita, como cuando el Presidente Boric citó la frase atribuida a Newton, que habla de encumbrarse sobre los hombros de gigantes -imposible no distinguir ahí la silueta de Allende- o eligió los marcos de los anteojos que comenzó a usar durante la campaña y que recuerdan a los del expresidente. Ese aprecio, sin embargo, durante su gobierno no se tradujo en hechos que dieran cuenta de la importancia de la figura de Salvador Allende para la izquierda chilena.

El primer descuido fue la torpe organización de la conmemoración de los 50 años del Golpe. El oficialismo estableció una narrativa que eliminaba la expresión “Golpe de Estado” de los programas conmemorativos emitidos por el canal público. El relato quedó en el aire, sin raíces, en un vacío que pronto fue llenado desde la derecha: en lugar de ser el momento para cuestionar la traición de un general y los horrores cometidos desde el primer minuto por la dictadura, a quien se terminó analizando como sospechoso fue a Salvador Allende. Aún más, el Presidente Boric en cadena nacional recomendó un libro en el que la intervención extranjera para la conjura, asunto clave para entender la crisis, queda reducida al mínimo.

Un año después, la figura del expresidente vuelve a quedar dañada por la fallida compra por parte del Estado de la casa de Guardia Vieja. Una idea sin más argumentos que la aspiración de que la propiedad de un inmueble de la familia Allende fortalecería la importancia de la democracia. Nadie indica nada sobre la colección que albergaría -¿archivos personales?- y la manera en que dialogaría con el Museo de la Solidaridad y la espléndida colección de arte contemporáneo formada durante la Unidad Popular y luego, en el exilio, durante la dictadura. El plan que incluía la adquisición de la casa del expresidente Aylwin tampoco había sido justificado en el contexto de las necesidades de los museos públicos ya existentes ni tampoco de las casas-museo gestionadas por fundaciones que sobreviven al borde del descalabro financiero, como ocurre incluso con la que tiene a cargo el legado de Neruda. ¿Qué sentido tendría agregar dos nuevos inmuebles bajo estas condiciones? El proceso de compra, impulsado desde la Presidencia, avanzó hasta acabar en escándalo, porque contravenía algo tan básico como la Constitución. Ahora la familia Allende está bajo escrutinio público y la ultraderecha, tal como en la conmemoración del Golpe, ve en la pasmosa desprolijidad una oportunidad para jugar su propio juego.

Una de las debilidades manifiestas del gobierno y de parte del oficialismo ha sido una falta de espesor de contenido en todo lo que suelen considerar como sus causas. Declaman con insistencia y alboroto, pero algo sucede al momento de la acción. Pasó desde la primera semana con un viaje absurdo a La Araucanía que acabó en crisis; ocurrió en la gestión de los indultos y en el caso Monsalve. Frivolidad, desprolijidad, superficialidad, esnobismo. Una cáscara resbaladiza hecha de buenas intenciones con la sustancia suficiente para la charla de cóctel entre conocidos que no se contradicen, pero carente de reflexión crítica. Una pose, una impostura, alguien jactándose de tener un carácter o una pertenencia grupal que nunca logra encarnar en plenitud.

Si fuera posible sintetizar en un concepto la meta que debería haber tenido el actual gobierno, ese debió ser lograr que la población chilena confiara en lo público, en el Estado y sus servicios como nunca lo ha hecho. Ese trabajo no es lo mismo que hacer pedagogía teórica sobre el papel de la salud pública, ni sobre la educación pública, ni sobre un sistema de seguridad social real en lugar del ahorro individual que representan las AFP. Las autoridades no lo lograron o nunca se lo plantearon de ese modo: los hospitales no han cobrado prestigio, tampoco los liceos, hay universidades públicas al borde del derrumbe y la torpeza política de no haber apoyado propuestas de reformas anteriores al sistema de pensiones tiene al oficialismo peleando por una mínima fracción de cambio con las AFP que han sabido explotar sin escrúpulo la desconfianza de la ciudadanía en el Estado y en la clase política. No sirve exigirle a la gente que apueste a la solidaridad entre generaciones, lo que es útil es demostrarles que eso es posible, que es mejor. Durante estos años la ciudadanía ha constatado que sus demandas más urgentes no son satisfechas por el bloqueo de una oposición despiadada, también ha aprendido a desconfiar de un oficialismo que públicamente demuestra que no vive como ellos, ni tiene sus mismos problemas y prioridades: la conclusión que sacan es que esos dirigentes que dicen velar por sus derechos nunca sufrirán las consecuencias si algo resulta mal. Esa es la fisura que aprovecha la oposición, sobre todo la más reaccionaria.

El mejor homenaje a Salvador Allende no consistía en comprar una casa que transforme sus ideales en piezas de un museo, o disponga sus pertenencias en la estrechez de una habitación que nunca fue pensada para recibir público; el real homenaje hubiera sido trabajar para que el pueblo considerara lo público un espacio seguro y digno, en el que vale la pena permanecer y no del que se hace urgente escapar.

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