Columna de Óscar Contardo: Tanto ruido, tan pocas nueces

Autoridades realizan pausa activa para dar inicio a la implementacion de Ley de 40 hrs


Una de las síntesis más crudas, por su realismo, de lo que ha sido el gobierno encabezado por Gabriel Boric hasta ahora la dio en una entrevista a Ex-Ante Enrique Correa, el exvocero del Presidente Aylwin. El valor de esa entrevista es tanto por lo que dijo, como por lo que no dijo, y en particular por el simbolismo que tiene que Correa lo haya dicho. El exministro secretario general de gobierno y actual lobbista estuvo lejos de ser todo lo duro que podría haber sido con un gobierno encabezado por una generación que desde la década pasada le estaba prometiendo al país un horizonte nuevo que superara al anterior -del que Correa fue parte-, al que describían, en el mejor de los casos, como insuficiente; una generación que aseguró con vehemencia tener la fórmula para lograr un país más justo, saber con precisión qué teclas apretar para hacerlo y ofrecerles a los chilenos y chilenas una salida a un malestar agudo largamente desatendido que amenazaba con estallar, y que finalmente estalló.

Gráfico promesa incumplida

Hubo desde 2011 marchas por causas justas, consignas aguerridas y una marea de esperanza alimentada por liderazgos levantados sobre el carisma que brinda la juventud bien educada y la sintonía fina con las demandas desoídas por una izquierda envejecida y apoltronada en el poder. Ahora, finalizando 2024, y a menos de tres meses de que el gobierno de Gabriel Boric cumpla tres años, las palabras del exvocero son formalmente diplomáticas y hasta generosas, pero en la perspectiva de lo transcurrido desde el movimiento estudiantil de 2011 hasta ahora pueden resultar trágicas. Correa simplemente dijo que “el Presidente Boric quiso cambiar el país y no lo cambió, pero lo reencauzó. ¿Y por qué cauce? Por el de los 30 años”. Sintetizado de ese modo, todo ha resultado ser una larga y tortuosa vuelta -con consecuencias espantosas en algunos casos, pensemos en los mutilados por trauma ocular que se han suicidado- para volver al mismo punto de partida. El detalle es que este punto de partida se da en un contexto muy distinto a cualquier momento anterior.

El del Presidente Boric era un desafío enorme, pero no mayor que el desafío del Presidente Aylwin enfrentado a un país con cinco millones de pobres, con un Congreso con senadores designados, con Pinochet en la Comandancia en Jefe y a escaramuzas de insurrección militar. Tampoco es parecido al de Frei, beneficiado por el impulso económico heredado y acechado al final por la crisis asiática, ni al de Lagos del MOP-Gate, ni el de la Presidenta Bachelet asumiendo las nuevas demandas emergentes desatendidas por los liderazgos tradicionales de una izquierda moralmente conservadora, homofóbica y machista. Cada uno de esos presidentes se encontró con una derecha hostil a cualquier cambio, ultraconservadora y con los habituales brotes de nostalgia por la dictadura que cada tanto le sobrevienen a un sector con todo el poder económico de su lado. Pero ese factor siempre ha sido un hecho de la causa, parte de un mapa cartografiado desde siempre, nunca una sorpresa. Sin desdeñar los errores, ni olvidar las transacas de cada período, a pesar de todo, en cada uno de esos mandatos hubo avances perdurables que la población percibió nítidamente y que fueron elevando el piso sobre el que los chilenos y chilenas nos situábamos, estableciendo un nuevo nivel para el debate y la conversación.

En el Balance 2024 de Descifra, el resultado sobre los logros del gobierno durante 2024 arroja señales muy específicas. Para la mayoría, sobre todo entre quienes perciben menos ingresos, lo más importante fue el alza del salario mínimo, en primer lugar (32 por ciento); luego, la reducción de la jornada laboral (30 por ciento) y, en tercer lugar, el acuerdo para el pago de la deuda histórica a los profesores (19 por ciento). Más atrás quedan asuntos coyunturales como la reelección de Claudio Orrego en la Gobernación de Santiago. Entre todos los nombrados el único logro que tendrá un alcance perdurable en el futuro es la reducción de la jornada laboral: el alza del salario mínimo, aunque establece un nuevo punto de arranque para las discusiones que vengan, no asegura un beneficio a largo plazo si juegan en contra la inflación y el desempleo; por último, la generación de docentes que por fin recibirá una reparación tras el despojo en dictadura son personas ya muy mayores, a quienes esta noticia, a estas alturas, por el monto comprometido, les llega más como un símbolo de reconocimiento que como una retribución justa.

En la recta final de su gestión, los logros del actual gobierno parecen discretos, o menos que eso. Una percepción ajustada a los hechos que ha sido agravada por los constantes tropiezos internos e ineptitudes que nunca perecen resolverse en una autocrítica verificable, en que se asuman las responsabilidades del caso, sino más bien, en una suerte de atrincheramiento obcecado propio de una camarilla de amigotes o de quien se resiste a hacer cambios de equipo para no dar a torcer la mano, como si se tratara de una pulseada privada entre dos adversarios cuya única meta es salirse con la suya. Esta dinámica se ha sostenido, sospecho, gracias a la base de apoyo que las encuestas le han dado al oficialismo, un porcentaje de incondicionales que a la larga se ha convertido en el mayor logro de la gestión: un 30 por ciento de devotos. Personas jóvenes, de ingresos superiores a la mediana de la población. Una especie de élite mesocrática con un marcado sesgo etario que tiende a expresarse por las redes sociales del mismo modo que los adversarios de ultraderecha: de manera irreflexiva, espíritu de hinchada deportiva, con la emocionalidad desbordada de quien ve en una crítica una traición y con voluntad de acoso patotero si lo juzgan apropiado. Las causas que se supone abrazan tienden a diluirse cuando el objetivo mayor es acallar a quien invoca el reclamo: insultos misóginos en el caso de que la contraparte sea mujer; insultos homofóbicos si se trata de un hombre gay; ofensas de desprecio social, cuando quien saca la voz no forma parte de un determinado círculo. No hay espacio para argumentos. Solo la agresión, o se está de su lado o se es enemigo. Ese 30 por ciento de apoyo constante le ha dado un espacio de respiro a un gobierno que se ha enfrentado a una oposición despiadada, pero también ha tenido efectos colaterales: división, desconfianza y resentimiento de parte de quienes, a pesar de simpatizar con las nuevas autoridades desde la izquierda, se atreven a disentir.

El de los discursos contradictorios con las acciones ha sido, sin duda, un problema de envergadura, sobre todo para ese enorme electorado más allá del 30 por ciento de incondicionales, admiradores de una personalidad -la del presidente- que cobra distintas formas según la audiencia que enfrenta: a veces allendista, a veces bacheletista, a veces laguista, a veces antitodo lo anterior, aunque siempre sin corbata. Ha sido un gobierno que anunció respetar los méritos y que, sin embargo, se reveló a poco andar más generoso con las relaciones de amistad, de parentesco y de militancia que con los datos del currículum; un gobierno que arrancó con una insólita ceremonia indígena, pero que se olvidó velozmente de la causa mapuche; una generación que venía de marchar por la educación superior y que mantiene una distante relación con las universidades públicas; un gobierno que se supone laico, pero que acabó empoderando al arzobispado y a la Conferencia Episcopal y desoyendo a las víctimas de abuso clerical a las que les prometió crear una comisión de verdad con la que no cumplió; un presidente lector que anunciaba grandes planes para la cultura, pero en cuyo gobierno los avances en el área se restringen a un aumento presupuestario gestionado a última hora y la ampliación de un centro cultural que aún no se define; un presidente que se consideraba feminista, pero que en el minuto en el que pudo probarlo, prefirió mantener a sus ministras más importantes al margen de una decisión clave y proteger a un varón acusado de violación, a pesar del costo que eso tendría para la presunta la víctima y para la figura presidencial.

Más que un período de logros, el que se cumple este año es uno de retrocesos. Algunos sutiles, otros brutales. Llamarle a eso un “reencauzamiento” es un gesto demasiado generoso con los responsables de haber sembrado expectativas que nunca estuvieron en condiciones de cumplir.

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