Columna de Óscar Contardo: Una distancia insalvable

Feria


Necesitamos confirmar una y otra vez aquello tantas veces constatado. El Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social difundió una investigación sobre las élites -política, económica y cultural- que mostró nuevos detalles de la distancia existente en Chile entre los encargados de tomar las grandes decisiones y la mayoría de los ciudadanos. Esta vez el estudio incluyó la percepción sobre aspectos centrales de nuestra convivencia. El resultado, una vez más, muestra brechas enormes entre las élites y el resto de la población sobre lo que significa vivir o sobrevivir en Chile. Respecto de la desigualdad de trato, por ejemplo, solo el 42 por ciento de la élite económica considera que es un aspecto muy importante y presente en el día a día, frente al 83 por ciento de la ciudadanía general, que juzga la desigualdad de trato como un asunto central en nuestra forma de convivencia; si estos datos se complementan con los arrojados por otros estudios anteriores, podríamos concluir que para la inmensa mayoría de los chilenos y chilenas es muy evidente que el respeto y las consideraciones recibidas de manera cotidiana dependen del origen social, el género y la apariencia física de cada quien. El único segmento que discrepa de la importancia de estas variables es un grupo muy específico -el de la élite económica- que justamente es el que sufre con menor rigor la cultura de las desventajas de nacimiento y el que, curiosamente, suele adherir con más fuerza a la ensoñación de una meritocracia que sólo existe a cuentagotas y habita espectralmente en ciertos discursos políticos, más como la expresión de un deseo liberal que no acaba jamás de concretarse.

Según el informe del COES, el 85 por ciento de la ciudadanía general considera que las oportunidades que tienen las personas en Chile son muy desiguales; frente al mismo tema, el 53 por ciento de los encuestados de la élite económica piensa que no hay diferencia significativa en las oportunidades ofrecidas por la sociedad a los ciudadanos, independiente de su origen.

Pese a que la percepción de desigualdad de la élite es menor, para sus miembros es un asunto palmario que el sector con mayor influencia en la sociedad es el que representan los grandes grupos económicos. Es decir, al mismo tiempo que muchos integrantes de la élite creen que las oportunidades son accesibles para todos sin diferencias, consideran muy lúcidamente que en Chile el poder más efectivo lo da el dinero, un hecho del que nadie podría discrepar. Este razonamiento involucra un ejercicio lógico sumamente interesante, en donde la nitidez con que ciertas facetas de la realidad se aprecian, contrastan con la opacidad con la que se perciben otras, sobre todo cuando involucran formas de vida diferentes a las de los grupos más privilegiados, costumbres a las que la élite económica y política suele acercarse con proporciones variables de temor, compasión benéfica, fascinación y burla. La vida de los otros, de “la gallada”, como se le llamaba festivamente entre los noventistas entusiastas de la transición que aplaudían esa nueva clase media tan despolitizada como desamparada, solo interesaba en tanto sujetos de consumo, no como sujetos críticos.

Quizás esa capacidad de la élite local de desdoblarse frente a los hechos y evitar toda exposición a la discrepancia explique la facilidad con que muchos de sus miembros tienden a parcelar los fenómenos sociales y quedarse en el corto plazo y los planos detalles, sin apreciar una continuidad de causa y efecto entre la pobreza, la segregación territorial y la delincuencia, por ejemplo. O entre la desprotección que cientos de niños y niñas pobres viven en hogares del Sename, el modesto monto de los recursos invertidos en ellos, la educación que reciben, las expectativas de futuro y el comportamiento que esos niños tendrán como adultos. No hay paciencia para los asuntos más complejos, todo debe resolverse de inmediato para recobrar la sensación de placidez. Una realidad fragmentada a la escala de una sobremesa dominical, carente de planos generales, tapizada de superficies lisas, ajena a toda profundidad e iluminada por un entusiasmo frívolo. Por eso es más agradable ofrecer permisos de vacaciones en plena epidemia para activar el turismo de verano, que pensar en lo que podía llegar a significar esa decisión en marzo. Para qué hacerse mala sangre por los 30 mil muertos y sentir el peso de una derrota colectiva si podemos hablar de las vacunas y sentirnos campeones del mundo.

La brecha constatada por tantos estudios y vuelta a dibujar por el último informe del COES cobra cada vez más la forma de un espacio vacío que sirve de caja de resonancia para declaraciones que provocan una mezcla venenosa de asombro y de irritación: un ministro que reconoce que no había advertido los niveles de hacinamiento que existen en las comunas más populosas, otro que cree que los profesores se tomaron vacaciones durante la pandemia, una autoridad sanitaria que sostiene que las ferias libres pueden funcionar con delivery. En suma, una élite política gobernante que no conoce las condiciones de vida de sus gobernados y que parece no tener curiosidad por remediar esa distancia, ni siquiera por el bien del futuro de nuestra democracia.

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