Columna de Óscar Contardo: Una versión brutal de patriotismo

Boric Caputo Milei


La noción de patriotismo cobra distintas formas según el tiempo y la conveniencia.

El más reciente de esos modos de expresar lealtad a la historia, los usos y las costumbres de un país ha sido el fraguado desde la llamada derecha alternativa o ultraderecha que se tomó el Partido Republicano de Estados Unidos. Su promesa para los descontentos consiste en volver a los años en los que Estados Unidos fue aún más poderoso, un pasado ideal que habría sido arrebatado en algún momento que nunca se precisa por el progresismo o los “liberales”, como se les llama allá a las personas que abrazan ideas de izquierda.

La propuesta tiene elementos religiosos que funden la identidad nacional con variaciones radicales de cristianismo, prejuicios raciales como ingrediente y un proyecto económico que tiende a favorecer a los grandes conglomerados internacionales. Es de patriota no pagar impuestos, pensar sólo en el interés propio y no en el del vecino, sospechar de las instituciones públicas, de las vacunas y de la ciencia. También es de patriota considerar al adversario político como un enemigo, alguien que no merece ser tratado con respeto. La receta es internacional, aunque la preparación depende de la realidad local.

Todas estas ideas, por supuesto, no surgen de la nada, ni fueron creadas por esta derecha alternativa, son conceptos preexistentes de fácil inoculación. Desde esa perspectiva hay malos y buenos. Los malos son los migrantes, los progresistas, los organismos internacionales y ciertas élites “globalistas”. Los buenos son ellos, que tienden a percibirse a sí mismos como superhéroes, del mismo modo en que lo haría un varón adolescente solitario en su dormitorio. Este método de encantamiento político ha tenido éxito en distintos lugares del globo. Javier Milei encabeza una de esas historias de éxito.

Milei, lo mismo que Donald Trump, recurre a un pasado mítico, en este caso, a la narrativa de la Argentina que en algún momento de la historia fue primera potencia mundial, un relato que es parte del folclor transandino: el país rico (y blanco) que pudo ser desarrollado, pero lleva un siglo en decadencia. La razón del declive Milei la identifica con un ente impreciso que llama “casta” y la solución que ofrece es una política económica libertaria.

Una contundente mayoría de argentinos le dio su voto. Un año despuésn y con más de la mitad del país viviendo bajo la línea de la pobreza, Milei sigue disfrutando del respaldo popular. Hasta este punto, un “patriota chileno”, entendiéndose como tal en los términos antes planteados, podría simpatizar con los discursos del presidente argentino: es coherente con su propia manera de ordenar las cosas. El problema surgirá cuando ese discurso patriota libertario argentino comience a ser hostil a los intereses locales: ¿A quién apoyarán los patriotas locales?

Jorge Faurie, el actual embajador argentino en Santiago, marcó el tono que tendría su misión en marzo de este año, cuando en una reunión en el Paso Los Libertadores dijo: “Mi país ya era potencia agrícola cuando ustedes recién aprendían a comer”. Aunque tiempo después pidió unas disculpas por la frase -que dijo no recordar-, la grosería cometida resulta consistente con acontecimientos posteriores, el más grave, la actitud del gobierno transandino para la conmemoración de los 40 años del Tratado de Paz y Amistad con Chile en el Vaticano.

No era cualquier aniversario, se trataba de un acuerdo logrado entre dos Estados, por intermediación del jefe de un tercer Estado, Juan Pablo II, que evitó una guerra.

No era un asunto que comprometiera solamente a los gobiernos de aquel momento -la dictadura en Chile, el Presidente Raúl Alfonsín en Argentina-, ni a los actuales, sino algo superior de gran importancia para ambos pueblos. Javier Milei lo consideró de otra manera, y no envió a su canciller a la ceremonia. Todos los excancilleres argentinos criticaron la decisión. La explicación que dio el gobierno de Milei a través de su ministro de Relaciones Exteriores fue insólita: “Desafortunadamente, a veces ocurren hechos dentro de las relaciones bilaterales que complican las cosas. En el G20 de Brasil han ocurrido cosas que aconsejaban que esta no era la mejor oportunidad para ir”, dijo a la prensa. No explicó qué fue eso tan grave ocurrido.

Esta semana, el ministro de Economía argentino insultó al Presidente de Chile sin que mediara provocación alguna, y elaboró una tramposa interpretación de la historia económica chilena, atribuyéndole a la dictadura un rol que no cumplió en la reducción de la pobreza en el Chile. El insulto luego fue refrendado por el Presidente Milei.

Buscar adversarios extranjeros para desviar la mirada es algo que suelen intentar los gobiernos autoritarios cuando están en problemas. Resulta efectivo y coherente con la explotación de la frustración colectiva. Pero si bien agitar el nacionalismo puede rendir mucho en el corto plazo, también puede acabar en una herida abierta en el largo plazo: el pueblo argentino lo sabe, lo saben los patriotas de ambos lados de la cordillera y lo supo Margaret Thatcher, la líder que Javier Milei tanto admira.

Esta semana murió Beatriz Sarlo, una de las intelectuales argentinas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Sarlo fue una escritora valiosa, y su trabajo, parte de la tradición cultural transandina y latinoamericana. Fue grande, independiente de la trayectoria de sus preferencias políticas. El gobierno de su país no envió ninguna representación oficial a su funeral. La embajada de Chile en Buenos Aires expresó sus condolencias con una corona de flores.

El patriotismo es una palabra que puede cobrar distintas formas, algunas de ellas pueden ser respetuosas, democráticas y civilizadas, otras, solo brutalidad, ignorancia y oportunismo.

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