Columna de Oscar Contardo: Yo voto por Boric
Los dirigentes políticos no están ahí para ser admirado, sino para ser evaluados y exigidos. Nunca he admirado a un político: ni hombre, ni mujer, ni viejo, ni joven, ni vivo, ni muerto. La admiración la reservo, por ejemplo, para la obra de un artista, los logros de una persona dedicada a la ciencia, o para las historias de quienes sacan adelante sus proyectos -de vida, trabajo, familia- pese a las inmensas dificultades que les imponen las circunstancias de origen. Para los políticos lo que corresponde, según mi particular manera de ver las cosas, es una vara restringida a su ámbito, cuyo grado máximo llega al respeto. El oficio que desempeñan es un deber sobre el que deben rendir cuentas, dar la cara. Quien no responde claramente una pregunta concreta, quien no asume un error, quien disfraza y disimula sus contradicciones, cae en el casillero que reservo para los pillos y los astutos que saben zafar.
En esos términos, un político, o política respetable es quien sabe relacionarse con el entorno, con las necesidades del momento, los desafíos que presentan los hechos y las consecuencias de las decisiones tomadas en el pasado. Aparentemente no es mucho, pero es bastante. Detesto el fanfarroneo tanto como el secretismo sectario, me irrita que me exijan obediencia y escucho los discursos de las candidaturas solo para entender la idea general que hay detrás y la suma de ambigüedades que aparecen cuando los intereses creados se cruzan con las expectativas sembradas. Respeto a quienes prefieren decir que no conocen un tema antes que embolinar la perdiz con respuestas vacías. Desconfío profundamente de quienes disfrutan más escuchándose a sí mismos que atendiendo al resto, o de quienes hacen de la sonrisa una mueca perpetua.
En estas primarias mi voto será para Gabriel Boric entre otras razones, porque en su carrera pública, que comenzó empujando los cambios en el acceso a la educación superior, ha sido la de quien se hace cargo de lo que dice, de lo que promete y de lo que hace. Para bien y para mal. Sin disimulo, ofreciendo explicaciones y buscando puntos de convergencia; no para eludir a la crítica, sino para generar entendimiento en épocas de crispación. Boric no se asume como un portador de buenas nuevas reveladas de antemano, sino como un liderazgo que busca en el conocimiento disponible los argumentos para construir las ideas que presenta. Eso queda patente en sus propuestas de gobierno: hay una coherencia entre la satisfacción de las demandas pendientes y el horizonte de producción futura que haga posible obtener los recursos necesarios para cumplir con los anhelos de bienestar general. Hay una línea clara en su proyecto para desplazar los fundamentos de una economía que extrae y explota -lo que hay en la tierra, lo que crece en los campos, lo que vive en el mar- hacia una que pone énfasis en el conocimiento y la ciencia para producir. En ese movimiento involucra además los desafíos que el país enfrenta y enfrentará, con la crisis climática.
Vivimos en un territorio de catástrofes naturales en donde nuestro modelo económico además provoca devastación y pobreza. Gabriel Boric tiene una propuesta de desarrollo, no sólo un plan de crecimiento para hacer dinero. La diferencia que hay entre discursos de campaña de corto plazo y perspectivas de un futuro más allá de una elección. La distancia que hay entre quien busca admiración fervorosa y quien habla desde el respeto y la responsabilidad.
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