Columna de Óscar Guillermo Garretón: El respeto perdido
Leo sobre la propagación de homicidios y balaceras en estos días, las pillerías en torno a la ley de voto obligatorio, las desuniones partidarias, gigantes mundiales de la salud abandonando Chile, asaltos estudiantiles al metro, demagogos propiciando nuevos “retiros”, anuncios de un enésimo paro de profesores, y concluyo que algo profundo une todo lo que estamos viviendo. Hemos perdido el respeto mutuo por nosotros mismos y por nuestra nación. Son demasiados años en que, poco a poco, se ha ido destruyendo la vida en común. No es la particularidad de esta balacera, de un ardid parlamentario, de la agresión a millones de vidas cotidianas en el metro. Cuando el atropello del otro se transforma en normalidad extendida, nuestra vida como sociedad se destruye. Peor es aún, cuando la perdida de respeto por el Estado y sus instituciones ocupa un rol central en esta crisis. Sin estados respetables, las sociedades enferman y se hunden sin que algunos tomen siquiera consciencia de que están contribuyendo a hundirla.
Es una descomposición de larga data y muchas facetas. La legitimación pública de la violencia política, expandiéndose como cultura social vía delincuencia. La obstrucción al uso legítimo de la fuerza por el Estado; el etnoterrorismo “comprendido”, el descontrol “buenista” de migraciones. Gestiones impresentables en educación y salud que agreden a millones. Políticas y desidias que generan desempleo e informalidad alimentando el delito y desalientan a los creadores de riqueza. La irresponsabilidad de políticas públicas chapuceras o la de quienes promueven, a sabiendas, por cálculo electoral, inflación y otros daños. Agreguemos el saqueo del aparato público con contrataciones injustificadas y manotazos a recursos para financiar a sus partidos; que, cuando se descubren, solo caen operadores mientras los responsables políticos a poco andar son rehabilitados.
La ciudadanía se sobrecoge, pero le es difícil saber bien en qué y quién creer. La degradación de la política y de su principal instrumento, el Estado, la confunde. Busca con ansiedad voluble quién le lance un salvavidas, cuando su vida se hunde. Surgen los sueños milagreros en mesías de antaño o nuevos; nostalgias básicas en la madre acogedora y el padre asegurador cuando acogida y seguridad dejan de existir. Son el intento inútil de encontrar respuesta escabulléndose de la realidad.
El único Estado digno de respeto es aquel que la gente siente que sirve a todos. Y desde hace tiempo las comparaciones con el pasado son en pérdida; no está garantizando una vida aceptable en común. Para salir de esta crisis que nos golpea, necesitamos recuperar el respeto perdido por nosotros mismos e ingrediente clave de ello es una redignificación del Estado y sus tres poderes. Mientras más tardemos más difícil será la tarea. Chile necesita un cambio profundo en la gobernabilidad de su vida.
Por Óscar Guillermo Garretón, economista