Columna de Óscar Guillermo Garretón: Un Estado de los ciudadanos

empleados


No estamos tan mal se dice, la mediocridad es soportable, la moderación gana terreno. ¿Suficiente para sentirnos satisfechos? Bueno, si no es posible más, resignémonos. Pero detengámonos en alguno de los protagonistas que hacen futuro. Por ejemplo, el Estado.

Ineptitudes y bochornos cunden en el Ejecutivo, banalidades en el Legislativo, escasa capacidad del Poder Judicial para hacerse confiable a la población. Adentrémonos más. Esa “permisología” interminable estancando inversiones; avalancha de funcionarios nuevos coincidiendo con deterioro creciente de los servicios públicos; escándalo de remuneraciones millonarias por doquier; aumento grosero en licencias médicas, deficitaria gestión hospitalaria; burocracias indolentes inspiradas en que “el que nada hace nada teme”. Gremios educacionales que reclaman millonarias “deudas históricas” pero no se juegan por esa deuda histórica con la educación básica que refleja el alarmante resultado de la reciente prueba internacional Timms. Corrupción alimentada por casos como Democracia Viva y políticos que se castigan, luego se silencian, más tarde se perdonan y vuelven a aparecer reiniciando otra ronda. Confesión tardía que calculan mal los ingresos fiscales y deben seguir endeudándose para pagar. Demanda de más y más tributos para seguir gastando sin fondo ni pausa.

No creo inevitable resignarse a un Estado así. Si me preguntaran dónde pondría un acento prioritario, diría que en la gestión del personal del sector público. El mayor desafío de la modernización estatal no es su digitalización, es la solvencia e impecabilidad de los seres humanos que le dan vida. Es reconstruir cultura de dignidad del servicio público. Sobre todo, que como agentes estatales, su objetivo sea construir seres libres y autónomos y no el encaramarse como privilegiados ni promoverse como dadivosos donantes ávidos de regalar más y más, para crear seres cada vez más agradecidamente dependientes. Luego, evaluar al personal por su quehacer y no por los años de permanencia en el Estado; evaluados en serio, no con mentirosa nota máxima a todos. Que los atributos y competencias para un cargo se exijan de verdad en los procesos de selección; que se pueda premiar a los buenos y despedir a los incompetentes. Que los “cargos de confianza” de un gobierno disminuyan y aumenten los profesionales de confianza del Estado. Funcionarios de un Estado consciente de que su primera responsabilidad es garantizar el orden público, la seguridad y la igualdad ante la ley, para que los chilenos, en paz y comunidad, sean más libres y no más cautivos.

No es imposible recuperar la dignidad del servicio público. Los funcionarios decentes, que sufren su deterioro, serían los primeros en agradecerlo. Y, por cierto, una ciudadanía que necesita otra calidad estatal para alcanzar prosperidad en vez de resignación a la mediocridad.

Por Óscar Guillermo Garretón, economista