Columna de Osvaldo Artaza: Desafíos pendientes en salud

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En la década de los 60, nuestro país tenía una población joven: un 40% tenía menos de 15 años; una desnutrición cercana a un 60% de los menores de 6 años, analfabetismo materno por sobre el 30% y malas condiciones de saneamiento (solo el 40% de las viviendas tenían agua potable), contribuían a una mortalidad infantil de 120 por mil nacidos vivos (NV). Una alta tasa de natalidad y una atención profesional del parto de solo 52%, eran factores para una mortalidad materna de 27,9 mujeres por cada 10.000 NV. Las exitosas estrategias diseñadas fueron múltiples, simultáneas y persistentes. Las condiciones sociales mejoraron, el control del niño sano, las vacunas, la alimentación complementaria, la planeación familiar y la atención profesional del parto lograron su efecto.

En la actualidad, nuestro país está en una etapa avanzada de envejecimiento. Las personas de 60 y más años se acercan al 20% de la población. Hemos pasado de las enfermedades infecciosas a un predominio de las no transmisibles (exceptuando el fenómeno pandémico), que explican cerca del 85% de las muertes. Ahora lo que causa mortalidad y discapacidad son el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, metabólicas, musculoesqueléticas, la salud mental y la violencia. Más de la mitad de los chilenos viven con dos o más enfermedades crónicas, es decir, más de 9,7 millones de personas (tres millones son hipertensas, casi 5 millones son obesas y un millón 700 mil tienen diabetes). Si bien, más de la mitad de los chilenos padecen dos o más enfermedades crónicas, una buena parte de ellos aún no han sido diagnosticados. Esto, pese a que requieren atención y controles de por vida para evitar cuadros más graves. Peor aún, gran parte de los que han sido diagnosticados no logran ser estabilizados.

¿Si fuimos tan exitosos en el pasado, qué estamos haciendo mal ahora? Las determinantes sociales de la salud siguen afectando tanto como antes, pero actualmente las variables son la dificultad para acceder a una alimentación saludable, el sedentarismo, el tabaco y el alcohol, la contaminación y los efectos del cambio climático. Por ello, las estrategias no pueden ser las mismas. Eso sí, deben ser múltiples, simultáneas, integrales y persistentes. Salud debe estar en todas las políticas y junto a ello, la mayor parte de los recursos deben ir a la atención primaria para que un equipo multidisciplinar con las tecnologías apropiadas, lo más cerca del domicilio de las personas y con la plena participación de ellas y sus comunidades (hoy más del 70% de las personas con padecimientos crónicos no son incluidas en las decisiones terapéuticas), pueda evitar se presenten dichas patologías y luego que se compliquen.

No cambiar las estrategias solo logra sistemas de salud más caros y poco efectivos. Legislar por patologías es un absurdo. Nuestro debate hoy se limita al financiamiento, las Isapres y a temas que más bien tienen relación con intereses de los actores de la industria o de paradigmas ideológicos. Los árboles no nos dejan ver el bosque y las consecuencias están a la vista, fallas e ineficiencias, tanto en el sector público como en el privado. Quizás es momento de dejar formas agotadas y de dar un giro desde la enfermedad a la salud.

Por Osvaldo Artaza, decano Facultad de Salud y Ciencias Sociales Universidad de Las Américas