Columna de Pablo Allard: El dilema del urbanismo hostil
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A los bolardos y jardineras antivendedores ambulantes instaladas en el entorno del Costanera Center en Providencia se suman hoy otras muestras de urbanismo hostil en el entorno de Estación Central.
A los bolardos y jardineras antivendedores ambulantes instaladas en el entorno del Costanera Center en Providencia se suman hoy otras muestras de urbanismo hostil en el entorno de Estación Central. Se trata de unos bolones de piedra pegados con cemento a la vereda. Sin embargo, los resultados no han sido los esperados. Ambulantes que antes vendían desplegando sus paños, ahora los reemplazaron por mesas plegables, lo que interfiere aún más con el tránsito peatonal.
La arquitectura o urbanismo hostil es una tendencia de diseño urbano en la que los espacios públicos se construyen o alteran con el fin de desalentar su utilización incívica o indebida, como el comercio ilegal, la vagancia y la micción. Para ello, se recurre a diversos métodos, como planos inclinados para evitar que las personas se sienten, bancos con apoyabrazos colocados para evitar que se duerma en ellos y aspersores de agua que se activan intermitentemente pero que no sirven realmente para el riego. Se trata de un recurso creciente que ha causado polémica en todo el mundo, ya que decide “por nuestro bien” quién y para qué puede ser utilizado el espacio.
Este tipo de intervenciones partió en Estados Unidos y Europa para impedir que los skaters utilizaran bancas, gradas y rieles. El problema es que, con el tiempo, y la crisis habitacional, el urbanismo hostil comenzó a usarse para evitar la pernoctación u ocupación indebida de espacios residuales por personas en situación de calle, y más recientemente, por comerciantes informales. En Chile además existen técnicas para evitar tomas y campamentos, cavando fosos de más de cuatro metros de profundidad en el entorno del terreno, o usando una retroexcavadora para hacer hoyos y montículos en el terreno, dificultando el desplazamiento o toma de los mismos. Así se salvaron algunos tramos del hoy parque Mapocho Río de ser usurpados.
Esta disputa por el espacio público, privatizado por grupos específicos, plantea dilemas éticos, pero no debe confundirnos. Karl de Fine Licht, investigador de la Universidad de Chalmers, en Suecia, plantea que los skaters u otros okupas del espacio colectivo no están particularmente desfavorecidos y las necesidades del público siempre deben considerarse a la luz de las necesidades y los beneficios de todas las personas. Es un drama que una persona en situación de calle no pueda dormir o armar su ruco en un paradero, pero su necesidad afecta a cientos o miles de usuarios del transporte público (que estadísticamente pertenecen a grupos socioeconómicos más bajos) cuando no pueden usar el paradero porque alguien duerme allí. Al considerar el uso del espacio público, De Fine Licht explica que a menudo “hay un equilibrio entre dos grupos menos favorecidos” que debe determinarse.
Esto es precisamente lo que está pasando con la ocupación informal del espacio público desde Providencia a Estación Central, y obviamente el urbanismo hostil debería ser el último recurso y no el primero. En este sentido, vemos con esperanza planes de intervención más estratégicos e integrales en los barrios comerciales, como el caso del Barrio Chino de Meiggs, donde antes de recurrir al urbanismo hostil se ha coordinado la fiscalización, rediseño del espacio público y medidas de seguridad que han erradicado a los informales sin recurrir a molestas piedras o bolones en el pavimento.
Por Pablo Allard, decano Fac. de Arquitectura, U. del Desarrollo
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