Columna de Pablo Allard: Hacia las ciudades circulares
Por Pablo Allard, decano de la Facultad de Arquitectura UDD
Este jueves se celebrará en la CEPAL el encuentro “Hacia las Ciudades Circulares”, donde nuestra capital se sumará oficialmente a la Declaración de Ciudades Circulares de América Latina y el Caribe. Un compromiso voluntario de urbes tan diversas como Sao Paulo, Buenos Aires, Lima y Puerto Príncipe, presentando objetivos, acciones y compromisos para la transición de una economía lineal a una circular.
La circularidad no alude a la forma de la ciudad, sino que refiere a un modelo alternativo de crecimiento que busca disociar la actividad económica del consumo de recursos finitos. Respaldada por la transición a energías renovables, el modelo circular crea capital económico, natural y social basado en tres principios: eliminar residuos y contaminación desde el diseño; mantener productos y materiales en uso; y regenerar sistemas naturales, con énfasis en los beneficios para toda la sociedad.
Una ciudad comienza a ser circular cuando se visibilizan y articulan los vínculos y sinergias entre los distintos sistemas que la conforman. La energía, manejo de residuos, suministro y tratamiento de agua, congestión y transporte, paisajismo y arquitectura, son sectores que tradicionalmente se planifican y operan independientes, manejados a distintas escalas sectoriales e institucionales, que finalmente llevan a la suboptimización.
Una ciudad circular revisa dichas funciones y las articula en ciclos cerrados, donde los residuos o excedentes de una se convierten en insumos para otra. A modo de ejemplo, la planta de tratamiento de Aguas Servidas de la Farfana desarrolló un proyecto para capturar y tratar las emanaciones y convertirlas en biogás, el cual, convertido en gas de ciudad, abastece a cerca de 30 mil hogares de Maipú, evitando la producción de cerca de 24 mil toneladas de emisiones de CO2 al año, equivalente a plantar 3 mil hectáreas de bosques. Ese biogás a su vez puede convertirse en energía eléctrica que aporta a una mayor resiliencia del sistema, o podría alimentar a los cerca de mil buses eléctricos que circulan en la capital.
La circularidad no es exclusiva de las grandes ciudades. Constitución, en la región del Maule, luego del 27F articuló un plan de reconstrucción sustentable PRES, que ha permitido que infraestructura como las tres piscinas municipales, y eventualmente colegios y otros servicios públicos, se calefaccionen con el calor residual de la planta de celulosa vecina. En la Pintana, desde hace 25 años se recolecta el excedente de aceite de hogares, restaurantes y carritos de sopaipillas, para convertirlo en biodiésel. Y su mérito no solo es ambiental, sino económico, ya que más de un 25% de la flota de camiones municipales se moviliza con biodiesel proveniente del programa. Además, tiene un valor social, ya que cada vecino de la Pintana se siente parte y colabora con el proceso.
Es hora de buscar, reconocer y visibilizar las oportunidades y esfuerzos que nuestras ciudades y municipios hacen por alcanzar una mayor circularidad y sumarnos.