Columna de Pablo Allard: Infierno
Al cierre de esta columna, el megaincendio de la V Región ya ha cobrado unas 100 vidas, 4 mil hogares y 50 mil hectáreas quemadas, muchas de ellas ubicadas en áreas urbanas de interfase forestal, como el Olivar, Villa Dulce o el Salto. Más allá de la posible intencionalidad, o infundadas teorías de conspiración contra las inmobiliarias, esta nueva catástrofe prueba que el cambio climático es real y no discrimina según país o nivel de desarrollo, como demostraron los incendios de Canadá y Hawaii el año pasado.
Parece increíble que no seamos capaces de aprender las lecciones dejadas por tragedias anteriores como Santa Juana, Santa Olga o Valparaíso. En este sentido, y pensando en la reconstrucción, ¿existe alguna forma de planificar para reducir el riesgo de incendios en la interfase urbano-rural-forestal? Los investigadores Alan Marsh, de la U. de Melbourne, y Constanza González, de la UDD, luego de analizar la experiencia internacional indican que, si bien nunca estaremos libres de peligro, existen nueve criterios de planificación y diseño urbano que pueden ayudar a reducir el riesgo y salvar vidas y bienes.
En cuanto a reducir la vulnerabilidad: 1) considerar el contexto paisajístico al momento de regular usos de suelo, para evitar la exposición a áreas más propensas a la propagación de fuego o acumulación de combustible como quebradas; (2) disponer del adecuado distanciamiento entre las edificaciones y fuentes de fuego, generando cordones cortafuegos en el entorno de poblados, que contengan áreas verdes con poca masa vegetal, canchas deportivas y cuerpos de agua; 3) manejo de la vegetación, arborización y otras fuentes combustibles, raleando y despejando especies y malezas secas del entorno de las viviendas, y distanciado las copas de los árboles grandes de las edificaciones (esto fue lo que salvó al barrio Botania en Viña del Mar); 4) manejo de las densidades y distanciamiento entre edificaciones, desincentivando la acumulación de viviendas que faciliten la propagación del fuego, y 5) proteger infraestructuras y servicios críticos como escuelas, hospitales y otros, de manera de evitar su localización en zonas de alto riesgo, lo mismo con población vulnerable como niños o adultos mayores, que tienen mayores dificultades para evacuar.
Respecto a las medidas operacionales para coordinar y mejorar la respuesta destacan: 6) localizar servicios de emergencia disponibles a corta distancia según la intensidad del desarrollo, con vías accesibles a las zonas periféricas de interfase urbano-forestal; 7) mejorar el ingreso de vehículos de emergencia concurrente con la evacuación de civiles, que tengan acceso expedito a fuentes de agua y a caminos privados en los predios forestales; 8) garantizar disposición y acceso al agua, ya sea fuentes naturales, estanques o piscinas temporales estratégicamente localizadas, y 9) contar con vías de evacuación claras y redundantes con rutas de acceso, que permitan evacuar simultáneamente con otras actividades de respuesta.
El trabajo de Gonzáles y Marsh, junto a otras investigaciones y experiencias está disponible en www.wildfirex.org una plataforma para el intercambio de conocimientos entre Chile y Australia sobre reducción del riesgo de los incendios en la interfaz urbano- rural y periurbana.
Si bien la debida planificación de usos de suelo puede reducir el riesgo, su principal enemigo es la informalidad y falta de fiscalización. En todo caso, la experiencia más relevante en estos momentos es la capacidad de predecir y decretar la orden de evacuación. Las personas pueden decidir quedarse a enfrentar el fuego para salvar sus viviendas o pertenencias, pero la evidencia indica que el mayor número de víctimas civiles -no brigadistas- de este tipo de incendios son personas que evacuaron demasiado tarde o quedaron atrapados por el fuego mientras huían, por lo que facilitar la evacuación temprana será siempre la opción más segura para sobrevivir al infierno.
Por Pablo Allard, decano Fac. de Arquitectura UDD