Columna de Pablo González: Política y políticas: no por obvio, resuelto
Política se puede traducir en inglés por dos palabras distintas: politics y policy. Cuando hablamos del desprestigio de la política, nos referimos a la primera, aunque impregna también la segunda. Una política de mala calidad impone marcos institucionales inadecuados y reduce la posibilidad de políticas de buena calidad, pues no exige al Ejecutivo ni actúa como contrapeso de poder. Esto deriva en políticas públicas mediocres: carecen de diagnóstico, objetivos claros y formas de alcanzarlos; no integran evidencia científica; no han tenido participación ciudadana ex ante ni se la plantean ex post, ni filtros para la relevancia y pertinencia de sus acciones; son una ensalada de actividades y gastos mal pensados y descoordinados; no tienen mecanismos de control, evaluación y rendición de cuentas; etc. Hay otras políticas que simplemente no existen.
Para sostener la buena calidad de la política pública es importante fortalecer los mecanismos institucionales, como la evaluación ex ante o la creación de una agencia especializada en la materia, pero también dar una mayor voz a la ciudadanía en todas las etapas de diseño, implementación y evaluación. El fortalecimiento de la sociedad civil es un contrapeso indispensable también a la mala política. Otro factor importante para sostener políticas de calidad es seleccionar diseñadores de políticas públicas y directivos públicos capaces. Estos últimos, que implementan las políticas, deben tener capacidades y conocimientos actualizados sobre gestión pública. Pese a los avances, como la Alta Dirección Pública, una mala política infiltra el Estado de operadores que les sirven al partido en lugar de al país. Altas capacidades técnicas y humanas en un político también aumentan su capacidad de contribuir a una buena política en sus dos sentidos.
Lamentablemente, no hemos tenido una buena política pública para mejorar la política. Su actual mal funcionamiento desprestigia la democracia y permite el surgimiento de extremistas e intolerantes que la usan como instrumento para sus propios fines, los que incluyen su destrucción. A riesgo de simplificar, contrariamente a las políticas donde debe primar la racionalidad técnica y la voz de la ciudadanía (que permite identificar el bien común y realizarlo), en la política priman las ideologías y los puntos de vista. Cuanto más arraigados en la política las ideologías o la lealtad al partido, más difícil que prime el bien común y llegar a acuerdos.
El peso de la ideología se aprecia en que hubo quienes pensaron que la (única) respuesta al estallido social era una nueva Constitución o que los textos presentados tenían posibilidades de aprobación. Solo hay una forma en que la energía y el tiempo desperdiciados en querer ganar (que mi ideología o punto de vista predomine), se transformen en algo valioso: que aprendamos las lecciones de la desmesura, aceptemos otros puntos de vista y converjamos en buenas políticas para el bien común. Esto requiere cambios mayores a la política, su institucionalidad, su cultura, sus actores y sus prácticas.
Por Pablo González, Centro de Sistemas Públicos (CSP), Ingeniería Industrial, U. de Chile y EduInclusiva
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.