Columna de Pablo Ortúzar: A desalojar
La Universidad de Chile es, hace tiempo, una casa dividida contra sí misma. Dicha división no nace del orden feudal de sus facultades, ni de las diferencias políticas internas. Nace de tener dos orgánicas con fines divergentes operando en su interior: una académico-profesional, otra político-militante. Cada una de ellas con objetivos, plazos, programas y cronogramas diferenciados, que regularmente chocan entre sí.
Me explico: la universidad tiene como fin declarado la formación académica y profesional de sus estudiantes, además del desarrollo de los saberes mediante la investigación. Hay toda una burocracia construida para eso. Pero ella es también un espacio clave de reproducción para la clase política: el político profesional, el militante, el simpatizante. Buena parte del “activo” se forma ahí. Es un espacio de acumulación política. Y ese giro depende de la movilización permanente.
La doble militancia de algunos profesores, en tal contexto, ofrece ventajas. El “académico comprometido” con las causas estudiantiles tendrá el apoyo de los grupos políticos hegemónicos y lo podrá usar para avanzar su carrera. Disfrutará de la orgía adulatoria reservada a los profetas de cátedra e, incluso, podrá pensar en saltar a la política profesional. Jugará, así, un doble juego, moviendo capitales de un campo a otro y tratando de lucrar con el tipo de cambio: en el campo político se presentará como un experto, en el académico, como un luchador social. Así siempre caerá parado.
En la medida en que el sistema político venía entrado en decadencia, el valor del activo universitario sólo subía. Tanto, que la FECH y la FEUC conquistaron La Moneda. Y los académicos que invirtieron en ellos recibieron suculentos retornos, partiendo por el exrector de la Universidad de Chile Ennio Vivaldi, que gracias a su lealtad a Boric et al terminó de embajador en Italia. Digno de la película argentina El Estudiante (S. Mitre, 2011). A nivel estudiantil, en tanto, varios pasaron de “hacer patio” a sueldos de millones en el Estado, designados o electos. El raspado de la olla, finalmente, les cupo a los que agarraron fundación. Muchos olvidan que Daniel Andrade fue presidente de la FECH 2016-2017, tres años antes de Emilia Schneider, la última en lograr hacer carrera a partir del puesto.
Pero desde el año 2020 el trampolín se trabó. Cuatro ciclos de la FECH han quedado sin directiva. La participación estudiantil es paupérrima. Da la impresión de que al menos parte del estudiantado se cansó de sacrificar tiempo, estudio y retornos futuros sólo para ser pista de despegue de carreras políticas ajenas. Otra parte quizás se volvió tan ultra que ya no cree en elección alguna. Además, la derecha ya no está gobernando, entonces baja la premura por protestar. Y ese respiro había sido bueno para la Chile en tanto universidad.
Pero la maquinaria política la estaba sufriendo. Semestre tras semestre recogiendo poco activo. Otro año sin FECH, incluso pudiendo votar virtualmente. Por eso la movilización en relación a la situación en Gaza, por remota y artificial que fuera la diferencia hecha, les vino como anillo al dedo. De ahí el radicalismo desproporcionado: esto no tiene más que accidentalmente que ver con los horrores recientes en Palestina. Su función central es otra: la acumulación. La movilización y compromiso de estudiantes de primer y segundo año administrada por los cuadros más viejos de los aparatos políticos que operan en la Chile. Los pocos profesores que apoyan este show, como Rodrigo Karmy, han mostrado total ingenuidad respecto de los asuntos que juran dominar.
Ahora bien, la movida es tan burda que las pocas ganas de defender la universidad que quedan en los claustros quizás sean finalmente movilizadas. Puede ser la hora de una justa indignación académica que conecte con el mayoritario agotamiento estudiantil. La educación presente y los retornos futuros de cada estudiante -además del prestigio de toda la U- están siendo castigados por el modelo de negocios político de lotes minoritarios que ven en ella una mera plataforma a explotar, tal como hicieron con el Instituto Nacional. No estaría mal, después de tanto abuso, un duro amanecer para ellos.
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